Alguien pomposamente la definió como la milla de oro madrileña, el lugar del "shopping" cualificado para propios y extraños. Pero ahora tras el tsunami destructor se ha convertido en Sarajevo. Algunas tiendas han cerrado, otras se han trasladado y todas han perdido clientes. Ya sé que dentro de unos años estará de chupete, pero, por el momento, recorrer la calle exige de paciencia y arrojo.
El viajero debe ir pertrechado con un seguro de accidentes, un manual de supervivencia y un equipo como el de un soldados gastador y el que lleva Pasaban para superar los ocho mil. En esta indumentaria son imprescindibles la mascarilla para el polvo, los tapones para los oídos, zapatos blindados y un botiquín de urgencia. No sobra la brújula ni una escala flexible por si te caes en una zanja. Es inútil llevar mapas o planos detallados pues la configuración de la calle cambia cada día y por la noche más te vale orientarse con las estrellas que con las escasas y confusas señales de tierra.
Ciertamente no hay muchos transeúntes, pero a los pocos que veas, valerosos supervivientes de las trincheras, no les preguntes nada, porque te contarán su vida. Y qué decir de los serranitas, gente de rostro desdibujado por una nube de polvo permanente y de atuendo "gótico" provocado por una suciedad antilavadora.
Los serranitas, ante el ensordecedor sonido de las máquinas, se han acostumbrado a expresarse a través de un lenguaje de gestos entre los que no falta uno cariñoso para el Alcalde. Cada día se confirma más la hipótesis de que nuestro munícipe contrató a Dédalo, el constructor del laberinto de Creta, para diseñar las obras de Serrano. Y que en el interior de la calle habita el Minotauro que periódicamente exige sacrificios humanos para aplacar su ira.
"De Madrid al cielo". Tengo para mí que los serranitas y todas las víctimas de la calle, alcanzarán la gloria sin más merecimientos que residir en ella o atraversarla.