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Oct

Por Rafael Puyol

La natalidad cayó en 2009 después de una década de recuperación. El retroceso hay que achacarlo en parte a la crisis que hoy utilizamos como un comodín para explicar todas nuestras miserias; pero tiene otros factores detrás de naturaleza extraeconómica relacionados con la llegada de generaciones menos numerosas de mujeres a la edad de procrear .Pero la crisis, inmisericorde y por el momento insensible a los remedios para corregirla, ha tenido otras consecuencias demográficas importantes.

Este es el caso de la nupcialidad y de los mecanismos de disolución de las uniones matrimoniales. La evolución de la nupcialidad presenta algunos rasgos que se han ido profundizando en los últimos años. Las bodas son más tardías, más laicas (aunque el matrimonio por la iglesia siga teniendo una alta frecuencia), menos duraderas y, no siempre, tienen detrás el propósito de la procreación. Son también cada vez menos numerosas, aunque hayan aumentado las segundas y hasta las terceras nupcias.

Ciertamente la caída de los matrimonios "oficiales" ha sido compensada, en parte, por las uniones consensuales y mínimamente tras el 2005 con las bodas entre personas del mismo sexo. Ahora bien, sí es cierto que el retroceso de la nupcialidad adquiere una mayor intensidad en el 2009 con respecto a los años anteriores, también lo es que ese descenso se venía produciendo ya desde el 2005. Es decir, la crisis no provoca la caída; únicamente la acelera. No obstante, en esta evolución hay que diferenciar los matrimonios de españoles de aquellos en los que, al menos, un cónyuge es extranjero. Los primeros son los auténticos protagonistas de la bajada. Los segundos, por el contrario, venían creciendo sin interrupción hasta que en 2009 sufren también una pequeña merma que no impide el crecimiento de su participación relativa en el conjunto de matrimonios. Este es otro rasgo que conviene destacar: la multiplicación de las bodas de españoles o españolas con extranjeros que en el 2009 alcanzan un 21% del total.

Casarse en los últimos tiempos de bonanza venía siendo una decisión menos frecuente. Si la caída de los matrimonios no fue más fuerte se debió a esas bodas mixtas compensadoras de la rarefacción de las uniones entre autóctonos. Casarse en tiempos de crisis resulta más complicado. Algunas parejas han aplazado su boda ante las incertidumbres del mercado de trabajo y ante las dificultades de acceder a una vivienda o pagar un alquiler que se lleva una buena parte de un sueldo bajo e incierto. No hay muchas bodas entre los mileuristas. Y no sabemos si esto mismo está pasando en las uniones consensuales, pero todo indica que ha sido así ya que el fenómeno de la cohabitación se da especialmente entre las parejas jóvenes que viven sobre todo en medios urbanos. La emancipación se ha retrasado e incluso algunos de sus protagonistas que habían accedido a una casa merced a una generosa inversión inicial paterna, han vuelto al hogar familiar ante la imposibilidad de poder pagar la hipoteca. Algunos hijos regresan a casa y no solo por Navidad

Así pues, menos uniones, pero también menos separaciones y divorcios. La aprobación del divorcio exprés en 2005 supuso un cambio en el papel jugado por los dos factores principales de disolución matrimonial. Ese divorcio rápido que incluye un acortamiento de los plazos, la supresión de la separación previa y la eliminación de alegar una causa para alcanzarlo, hizo que esta forma de ruptura superase a las separaciones que hasta entonces habían tenido el monopolio causal. Pero, al final, ese divorcio rápido no supuso, como algunos vaticinaban, un crecimiento fuerte del número total de disoluciones. La cifra de 2004 (132.000 rupturas) no fue mucho menor que la de 2007 (137.000).

En ese panorama de cambios, lo que la crisis hace (sobre todo en 2009) es intensificar a la baja una evolución negativa previa. Los volúmenes más altos de divorcios de 2006 y 2007 pueden interpretarse como la respuesta inicial a una ley más permisiva que algunos esperaban y que en estos delicados trances facilitaba soluciones de urgencia y evitaba prolongar situaciones dolorosas. Pero después, las aguas volvieron a su cauce y se agostaron con la crisis, ante las connotaciones económicas que toda separación o divorcio conlleva (pago de pensiones, gastos de vivienda, etc.). Hay que tener en cuenta que de los matrimonios disueltos en 2009, más de la mitad tenían hijos pequeños y que en un 60% de los casos se asignó una pensión alimenticia sobre todo al padre. En cambio, la madre obtuvo la custodia de los hijos menores en la mayor parte de las ocasiones. Las familias monoparentales lideradas por la madre con hijos pequeños, crecen en nuestro país.

Por último, el retroceso de los divorcios no ha impedido el progresivo acortamiento de la duración media de los matrimonios disueltos. En 2009 fue inferior a 16 años e incluso uno de cada cinco sólo duró entre 6 y 10 años, lo cual no impide que todavía la mayoría de las personas en España siga considerando al matrimonio como la mejor de las instituciones posibles para la convivencia de las parejas.

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