EL HILO ROJO
Mis relaciones con el hilo rojo comenzaron de extranjis, en 1990, cuando leí por primera vez a Raymond Carver. Creo que se trataba de ¿De qué hablamos cuando hablamos de amor? en edición de bolsillo. Yo por entonces tenía 20 años y escribía, pobre de mí, poesía. Frente a la desnudez de Carver, caí del guindo y me di cuenta de que estaba cazando a pedradas lo que sólo puede rodearse con requiebros.
Desde entonces acaricio la teoría un tanto burda de que, en el mundo como en el arte, existe un hilo que atraviesa los acontecimientos, un nexo de unión imperceptible a simple vista pero que relaciona las consecuencias con las causas. Más tarde, viviendo ya en Francia, supe que los franceses utilizan una expresión que me convenía mucho: -"fil rouge" (hilo rojo)-. Desde entonces adopté esa "filiación" literaria como quien se pone unos zapatos muy cómodos.