Por Rafael Puyol, Vicepresidente de Fundación IE
Hace ya algunos años, cuando llamaba a un restaurante en Barcelona a reservar una mesa y daba el nombre, notaba una cierta admiración al pronunciar el apellido Puyol. Cuando acudía al local siempre me ofrecían un lugar excelente, aunque comprobaba una cierta decepción en el maître al no corresponder mi aspecto al de un señor más bajito con nombre de pila catalán.
Reconozco que jugaba al equívoco, no sólo porque me ofreciesen una mesa mejor sino porque admiraba al personaje en el que veía a un político de raza, sensato y con alcance de miras. Después, todos comprobamos que no sólo tenía larga la mirada por lo que cuando ahora hago una reserva recalco que Puyol se escribe con y griega. Y recuerdo también la admiración y simpatía que, sin conocerla, tuve (muchos teníamos) por cierta alcaldesa en la que veíamos a una mujer bragada, decidida y eficaz en la gestión de una ciudad que (no se puede negar) ha mejorado espectacularmente. ¿Y ahora qué se ha hecho de Jordi y la alcaldesa? De esa especie de dioses de la gestión pública que gozaban de generalizado respeto y admiración. Creo que hay que observar la presunción de inocencia hasta que un juez se pronuncie, pero todo parece indicar que pintan bastos.
Juzgo que tantos años al frete de una comunidad o un municipio no es bueno. La limitación de mandatos ahorra tentaciones y reduce los riesgos de una posible deslealtad. Porque, si al final se demuestra que esos políticos se beneficiaron o beneficiaron a otros con dinero de todos, su acción iría mucho más allá del delito personal. La consecuencia más grave de su falta es haber roto la confianza de tanta gente que les creyó no sólo capaces, sino también honestos. Vivimos tiempos difíciles en los que esos dioses públicos, no parecen haberse comportado con la ética que su alta responsabilidad exigía.
Su falta, por lo tanto, no es sólo material. Su delito es contra la imprescindible moralidad pública que debe seguir nuestros regidores. Son dos ejemplos, entre otros, ante los que gente, frustrada, siente pena e indignación.
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