Por Haizam Amirah Fernández, profesor asociado de Humanidades en IE Business School.
Ayer fue un viernes negro asociado a la bandera negra del Daesh (la organización autoproclamada “Estado Islámico”). Hubo un ataque -con decapitación incluida- en Francia, una matanza en una mezquita chií de Kuwait, asaltos a dos hoteles de turistas en Túnez y las habituales salvajadas contra civiles en lo que queda de Siria, Irak, Yemen, Libia y Somalia.
Como resultado, decenas de muertos inocentes en tres continentes. Personas con orígenes muy distintos, pero con un rasgo en común: quienes los asesinaron ya los habían deshumanizado siguiendo una interpretación extremista, intolerante y sectaria del islam. A los matones de ayer les dio igual que muchas de sus víctimas fueran musulmanas o personas que no habían hecho daño a nadie. Sus ideólogos de cabecera les repiten a través de pantallas y de sermones que su obligación es eliminar a los infieles. Esos ideólogos difunden su doctrina macabra con impunidad y muchos cuentan con generosos recursos puestos a su disposición (dinero, espacios físicos y virtuales, cadenas de TV vía satélite, etc.).
Que nadie se lleve a engaños: el epicentro ideológico de quienes decapitan en Francia, bombardean una mezquita chií en Kuwait y matan turistas en Túnez está en la Península Arábiga. Aquellos que llevan décadas amparando y financiando una versión ultrapuritana, intolerante y misógina del islam han creado monstruos. El problema es que a esos monstruos se les permite crecer y expandirse hasta que acaban fuera de control. Se tornan incluso en una amenaza para quienes los criaron. Por el camino sólo dejan destrucción, odio y polarización.
La victoria de los extremistas consiste en crear un mundo más caótico y menos seguro para todos. Para ello necesitan realizar acciones con un alto impacto emocional, que provoquen gran repulsa moral y que tengan amplia difusión en los medios convencionales y en redes sociales. El desconocimiento, las fobias y las reacciones viscerales se encargan de ahondar en la polarización y sembrar más odio. Ese es el terreno en el que los extremistas ven avanzar sus proyectos. Y no les están yendo mal.
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