Por Rafael Puyol, Vicepresidente de Fundación IE
Paul Valery habla en su poema el cementerio marino del mar desde la Tierra. Del mar Mediterráneo, desde el camposanto del Sête, volcando sobre las aguas su mirada evocadora. Un mar idealizado apacible, sobre el que dormita el propio cementerio y él mismo acogido a Sête tras su muerte. Qué distinto de ese otro cementerio marino en el que se ha convertido el Mare Nostrum que sólo el último año ha recibido en su seno a más de 1.700 personas. Es el drama de la inmigración ilegal que junto con el yihadismo se han convertido en dos de las referencias más preocupantes para las sociedades europeas de “la otra orilla”.
Y no acabamos de resolverlo más allá de las declaraciones de principios y de buenos deseos que nunca llegan a cumplirse. Que el tema de la emigración del Norte de África al Sur de Europa no es fácil de resolver, es evidente; pero que quizás no se han realizado los esfuerzos suficientes para intentarlo, es también cierto.
El que cada país tenga que resolver por sí solo el reto de la inmigración clandestina no permite afrontarlo con eficacia. Los países del sur han expresado su soledad ante un problema que es de toda Europa. Pero pese a los largos años de vida de la Unión, sus estados no han sido capaces de formular una legislación común en materia migratoria. Una política que no acabaría con el problema, pero al menos permitiría acuerdos más sólidos con los países de salida, una lucha más eficaz contra las mafias y la evitación de muchos de los naufragios. No quiero resultar ni alarmista, ni demagógico, pero ¿cuántos muertos más harán falta para que tengamos una política migratoria común?
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