Por Rafael Puyol, Vicepresidente de Fundación IE
Hace más de siglo y medio que Augusto Comte afirmó que la demografía es el destino. Un destino desigual que combina excesos en muchos países en desarrollo, con escaseces preocupantes en nuestras sociedades. Esta es la situación de España, tras un periodo en que la acción combinada de la inmigración y su impacto favorable sobre la natalidad nos permitió superar la cifra mítica de 40 millones y llegar a los 47, para entrar ahora en una fase de crecimiento negativo. En el primer semestre de 2013, perdimos casi 120.000 habitantes, una cifra que intensifica el descenso iniciado el año anterior. Crecer poco no es bueno, pero decrecer supone, además de una ruptura de tendencia, la inclusión de España en el reducido grupo de países que no son capaces de renovar la población.
Durante los primeros seis meses del 2013 aún tuvimos un crecimiento vegetativo (diferencia entre nacidos y fallecidos) favorable, aunque muy pequeño. La razón fundamental de esa diferencia exigua es la sistemática caída de la natalidad a partir del 2009. ¿Un reflejo de la crisis? Sin duda, esta ha jugado un papel no despreciable, pero el descenso tiene otros componentes. Ante todo, la disminución del número de mujeres en edad fértil como consecuencia de la llegada a las edades habituales de ser madre de las féminas nacidas en una etapa anterior de caída de la natalidad. A ello se añade la disminución de la fecundidad, que hoy se sitúan en 1,32 hijos por mujer, lejos del valor de 2,1 exigible para mantener las generaciones. Además, las madres tienen a sus hijos a edades cada vez más tardías, lo que significa, al final, menos hijos.
Los años en los que hoy se concentra la cifra más alta de alumbramientos son los 32-34, y una quinta parte de las madres dan a luz por encima de los 35. A todo ello hay que añadir que las madres extranjeras, al ser menos, han tenido menos hijos y que su fecundidad también ha bajado. En la natalidad española todo se está produciendo con escasez y demora. La familia de un solo hijo se ha hecho modal, pese a que el número “deseado” por las madres siga siendo dos. Y a ese escaso margen que deja el balance natural hay que añadir el saldo, claramente negativo, que tienen las migraciones. En el primer semestre de 2013 fue de 125.000 personas, tanto extranjeros que retornan a sus países, como españoles que han vuelto a hacer las maletas del éxodo. Así pues, la baja natalidad y la nueva emigración nos han conducido por el camino, nada recomendable, de la involución demográfica.
¿Y el futuro? Ese futuro a corto plazo que dibuja la reciente proyección del INE para el año 2023. El primer hecho a destacar es que seguiremos perdiendo población (habrá 2,6 millones menos en los próximos diez años). La natalidad continuará cayendo y la mortalidad aumentará por el envejecimiento hasta tal punto que en 2017 las muertes excederán a los nacimientos. En cuanto a las migraciones, si las previsiones del INE se cumplen, España perderá 2,5 millones. En pocos años, no creceremos ni por el saldo natural ni por un balance migratorio favorable. Seremos menos, pero sobre todo seremos más viejos, debido al imparable proceso de envejecimiento.
En 2023 habrá en España casi 10 millones de mayores de 64 años, 1,8 millones de octogenarios y casi 25.000 centenarios. Envejecer es positivo, y hacerlo bien, una posibilidad. Pero el envejecimiento demográfico no es un fenómeno neutro. En juego están el pago de las pensiones, el de los gastos sanitarios y el de la dependencia. Y en este panorama de escaseces, ninguna comunidad autónoma, salvo Canarias, se va a librar del declive. En 10 de las 17 el volumen de fallecimientos superará al de nacimientos, y en 16 (con la excepción de Canarias otra vez) habrá un saldo migratorio negativo. Y todas, por supuesto, estarán envejecidas.
El panorama descrito no es ciertamente muy optimista, pero será una realidad inevitable si se mantienen las tendencias demográficas actuales. ¿Cabe esperar un panorama diferente? Los demógrafos no tienen una bola de cristal para escrutar el futuro ni una varita mágica para moldearlo a su antojo, pero no yerran mucho en sus previsiones. No obstante, algunos de los pronósticos enunciados son más seguros, y otros, más inciertos. No van a disminuir las defunciones ni se van a modificar mucho las cifras del envejecimiento, entre otras cosas porque los mayores que habrá dentro de diez años hace tiempo que han nacido. Por el contrario, sí podría mejorar algo la natalidad en un proceso de acercamiento de los hijos habidos (1,3) a los deseados (2). Y si el panorama económico escampara, podría volver a invertirse el signo de las migraciones con nuevos extranjeros que lleguen y el retorno de los españoles que ahora salen.
Ojalá las cosas puedan ser así. Este cóctel de crecimiento positivo sería un bálsamo para nuestra castigada demografía. Pero no lo podrá ser si estas posibilidades no se encauzan debidamente. La hipotética subida de la natalidad necesita de una auténtica política familiar no sólo basada en medidas económicas puntuales, sino en instrumentos permanentes de ayuda: para facilitar el acceso a la vivienda de las parejas jóvenes, para crear suficientes guarderías con horarios y precios asequibles y, sobre todo, para establecer una política correcta de conciliación entre vida laboral y vida familiar.
Hay que prever que volverán los inmigrantes y definir en ese caso un nuevo marco regulatorio que favorezca las corrientes legales necesarias, dificulte el tráfico de personas, respete sus derechos, haga cumplir las normas y favorezca la integración. Y debemos recuperar el talento con medidas que favorezcan su vuelta.
No podemos olvidar que el envejecimiento es un fenómeno irreversible que exige políticas activas para aprovechar sus ventajas y afrontar sus consecuencias. Seguramente habrá que pensar en un nuevo retraso de la jubilación, hacer más sostenibles las pensiones con sistemas mixtos de reparto y capitalización y prever el aumento de los gastos sanitarios y de atención a la dependencia. Las esperanzas de vida previstas (82 años para los varones y 87 para las mujeres en el 2022) harán necesaria una mayor inversión de salud.
Sé que no son buenos tiempos para establecer medidas como las mencionadas. Pero sé también que si estas cosas no se prevén con tiempo acabarán estallándonos entre las manos.
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