Por Rafael Puyol, Vicepresidente de Fundación IE
El término se refiere a la capacidad de las personas para superar la adversidad. La condición supone entereza y como dice el diccionario de la Real Academia Española la cualidad de asumir situaciones complicadas y sobreponerse a ellas. Es la versión moderna del viejo proverbio portugués: “la constancia en los reveses dio el triunfo a los portugueses” o del más castizo castellano “el que sigue la consigue”.
Y traigo a colación la palabra para indicar el alto nivel de resiliencia que hemos tenido los españoles durante los últimos años: los que trabajan y los que no pueden hacerlo, los jóvenes, los pensionistas, los que pagan una hipoteca, los seducidos por las preferentes, los sufridores de la corrupción y tantos otros que constituyen el variopinto paisanaje de un país tan machacado. Nadie nos puede negar un puesto en el top ten de la resiliencia mundial.
Pero, como todo en la vida, el atributo tiene sus límites y uno de sus ingredientes básicos, la ilusión da síntomas de agotamiento. Por ello producen sosiego y satisfacción algunos signos menores y otros de mayor alcance que empiezan a percibirse. Que en Extremadura bajen los impuestos aunque sean dos euros al menos es un gesto esperanzador. Y que los dos grandes partidos nacionales sean capaces de ponerse de acuerdo en una política común de lucha contra la crisis, abre nuevos horizontes.
Y no tanto porque los resultados finales de ese compromiso vayan a resolver los problemas que enfrentamos, sino porque constituye un gesto que tiene, al menos, tres grandes beneficios: el aparcamiento de los garrotes goyescos entre el PP y el PSOE como instrumento prioritario de hacer política; la escenificación de la salida de la crisis se hace mejor juntos que desunidos; la ilusión de las gentes que ven en el acuerdo un brote verde real capaz de superar los sinsabores.
La resiliencia tiene un premio y, al final, el que resiste gana. Y no cabe duda de que con las políticas de Estado ganamos todos.
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