Por Borja Casans Castillejo, antiguo alumno del MBA Part-Time de IE Business School y Presidente del IE Art Club
La expresión de las artes del XVII recae en la necesidad de decorar los palacios Españoles. La Torre de la Parada, el Alcázar o El Escorial, todos ellos deben albergar cientos de piezas, conforme a la tendencia ya creada desde la época de Felipe II, que siempre buscaba los mejores flamencos primitivos. En el XVII el interés principal se encuentra en el mercado napolitano y el flamenco, los centros de creación más importantes. Existe también un mercado holandés pero al estar en guerra con nosotros, las autoridades gravaban su importación con un impuesto extra y por eso no se trae a España.
Por lo general, las compras se realizan a través de agentes, marchantes y por supuesto almonedas, algo muy común en las grandes colecciones. Todos los cargos en el extranjero, es decir los que tuvieran cargos diplomáticos, como gobernadores en los Países Bajos, virreyes en Nápoles, embajadores en Roma, estaban pendientes de comprar obras para enviar a la corte y también para iniciar sus propias colecciones. Digamos que es una fiebre en la demanda de arte.
Los grandes coleccionistas buscan adquirir piezas determinadas, por supuesto, pero también son los propios orígenes de los artistas los que determinan las compras. Ya que los pintores españoles se basaban en cuestiones religiosas, los napolitanos comprendían el desnudo y los flamencos el paisaje. Luego existe una influencia cruzada, Ribera con Italia, Carreño con Flandes etc. Un caso concreto sería toda la influencia artística que generaría Caravaggio muy apoyado para esta expansión por nuestro duque de Osuna.
Hay grandes oportunidades de compra en las almonedas, la más famosa es sin duda la de Carlos I de Inglaterra organizada por Cromwell para deshacerse de la ostentación de la monarquía. Desde España aprovecharíamos esta gran oportunidad, enviando agentes para elegir las piezas y así aumentar la colección de El Escorial. Y es que existe un deseo por parte del Rey de adquirir las mejores piezas, lo que lleva a enviar a estos agentes desde Madrid a todos los lugares. Un ejemplo serían los viajes del propio Velázquez, encargado de ir a Nápoles, Roma, Venecia, Florencia.
En Nápoles tenemos grandes coleccionistas como el Marqués de Carpio o Medina de las Torres o Medinaceli, y en Roma a otro como Monterrey. Casi todos tienen sus propios pintores-asesores, muy especialmente la corte napolitana donde existe la figura de “pintor del virrey”, aunque en Roma siendo muy escaparate social se encontraba casi al mismo nivel.
En los Países Bajos, se realizan encargos directamente a pintores como Rubens, Van Dyck o Sneyders. En estos casos es el propio cardenal Infante, gobernador en Flandes, quien se encarga de la supervisión y el control de las piezas que, a su vez, se enviarían a Madrid. Aparte de Felipe IV como gran amante de la pintura de Rubens, tenemos al marqués de Leganés.
Ambos mercados consiguen generar un deseo de posesión, lo que da la oportunidad a los marchantes a crear galerías-anticuarios entre los Países Bajos e Italia, con nuestras plazas de Madrid o Sevilla, desarrollándose la venta al por mayor. Esta actividad supone una transformación muy diferente al encargo, forma habitual de adquirir ante hasta ese momento.
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