Por Rafael Puyol, Vicepresidente de Fundación IE.
Japón es un país con una demografía muy complicada. Al año se mueren más personas de las que nacen y siguen manteniendo una política muy restrictiva frente a la inmigración. Si continúa así, los 128 millones de su población actual serán 120 en el 2025 y 95 en el 2050. ¿Y más adelante? Uno está tentado de decir que al final desaparecerá como país, pero el mundo da muchas vueltas como para hacer una aseveración tan rotunda.
Japón posee cada vez menos habitantes y cada vez más viejos. El viejo Imperio del Sol Naciente tiene una cuarta parte de sus habitantes con más de 65 años y la mayor esperanza de vida del planeta con 86 años para las mujeres y 80 para los varones. Ya se pueden imaginar lo que esto significa para el pago del as pensiones y otros gastos sociales, sobre todo los relativos a la salud,… Pero, hombre, esto no autoriza al ministro japonés de finanzas Taro Aso a pedir a los ancianos que se den prisa y se mueran, ni siquiera a los que dependen de cuidados paliativos o a los que tienen que ser alimentados a través de sondas que el responsable político llamó “gente del tubo”.
Poco le faltó al ministro anunciar que les pagaría el entierro o la incineración si tenían la amabilidad de decir adiós con la urgencia de quien pierde el tren.
La opinión produjo un malestar generalizado sobre todo entre los más próximos al tránsito, que obligó al Taro Aso a matizar sus palabras.
Y es que estas cosas no se pueden leer únicamente en clave económica y considerar el envejecimiento ante todo como un problema.
Es cierto que tendría (ya tiene) consecuencias importantes, pero no debemos olvidar que vivir más y mejor es una de las grandes conquistas sociales de la humanidad.
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