Por Rafael Puyol, Vicepresidente de IE Foundation
Las estimaciones de la población española que acaba de publicar el INE no dan buenas noticias. Como es lógico leemos la crisis en términos económicos y no nos paramos a pensar que también está teniendo importantes consecuencias sobre la demografía.
La primera es que perdemos población. Entre el 1 de octubre de este año y el del anterior somos 5.000 personas menos. No es que sean muchas, pero lo importante es la ruptura de la tendencia al crecimiento que veníamos experimentando. La segunda es que nuestra natalidad está en retroceso. Cada año nacen menos niños que el anterior lo cual acentúa aún más la situación de escasez de nacimientos que tiene el país. Y la tercera es el cambio del balance de nuestras migraciones.
Fuimos durante casi toda nuestra historia un país de emigrantes, pero nos habíamos convertido desde finales del siglo pasado hasta el año 2009 en territorio de inmigración. Ahora volvemos a reescribir un capítulo de la España peregrina de antaño con un saldo negativo en 2011 que rebasa las 50.000 personas. Entre los que se van hay inmigrantes anteriores que se ven obligados a empacar sus pertenencias y su desilusión y volver a su país pobremente sin haber cubierto sus expectativas. Pero hay también españoles que nunca pensaron en tener que hacer las maletas para este viaje. El año pasado se fueron unos 63.000 españoles que no encontraron un hueco en el maltrecho mercado de trabajo.
La cifra no alcanza las proporciones que en el pasado tuvo la emigración, pero rompe la condición de país receptor que hasta hace poco tuvimos y además afecta, en parte, a personas con niveles altos de cualificación. Estamos perdiendo una parte del talento que tanto tiempo y dinero nos ha costado formar. Y eso es malo para un país que sólo saldrá de la crisis a base de talento.
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