Cuando empezaron las obras en el Rijksmuseum, los albañiles tuvieron que recurrir a los trajes de buzo para poder trabajar en la cimentación del edificio. La construcción original del arquitecto holandés Pieter Cuypers fue literalmente levantada en volandas. Era la única manera de cimentar el edificio y garantizar su permanencia en la historia. Pero tener que trabajar en pozos de 10 metros de profundidad no fue más que una premonición de las dificultades que tendrían que sortear los arquitectos españoles Antonio Cruz y Antonio Ortiz. La gran complicación vino de la exigencia de los ciclistas que no quisieron renunciar a su histórico paso por la vía central: se produjo una larguísima trifulca que conllevó 80 nuevos permisos de obras y que desbarató todos los planes iniciales. Con cuatro años de retraso sobre lo previsto (12 en total) y bastante más dinero del presupuestado (375 millones de euros al final), el edificio ya está listo para volver a ser ocupado por las obras más amadas por los holandeses y el mundo del arte en general. Son los cuadros esenciales de Rembrandt y Vermeer junto a otros tesoros artísticos que ahora lucirán con el esplendor que el paso del tiempo les había robado y que no han podido ser contempladas por toda una generación de holandeses.
Al correrse el telón de grúas, plásticos y cementos, ha reaparecido lo más bello del viejo edificio decimonónico. La oscuridad y los laberintos que hacían imposible la circulación han dado paso a galerías luminosas organizadas en torno a dos patios y un impresionante atrio de 2.250 metros cuadrados. Con 80 salas de exposiciones, restaurante, café, tienda, auditorio y salas de reuniones, el nuevo Rijksmuseum está listo para recibir, sin traumas, dos millones de visitantes anuales, según las previsiones de sus responsables. El artista José Manuel Ballester, al igual que hizo con el Museo Arqueológico, ha fotografiado año tras año la transformación de este espacio único. En su trabajo, que será expuesto cuando el nuevo edificio esté totalmente listo, se narra con tensión cinematográfica el renacimiento de este importante museo.
Antonio Cruz y Antonio Ortiz,con despacho en Madrid y Ámsterdam, son autores de edificios tan conocidos como los estadios de La Cartuja en Sevilla o La Peineta en Madrid. Satisfechos con el resultado final pese a las dificultades, explican que su trabajo ha consistido en devolver al edificio su grandeza original, a sus proporciones y al tamaño de sus espacios iniciales, eliminando las inadecuadas intervenciones a las que había sido sometido a lo largo de los años.
“Para conseguir más espacio expositivo”, explican Cruz y Ortiz, “la construcción original se había trasformado radicalmente. Cuando los holandeses puedan volver a entrar en el museo van a encontrar algo prácticamente desconocido para ellos: un edificio luminoso, claro, inteligible, frente a la situación anterior oscura y absolutamente laberíntica. El propósito del concurso y el propósito de la dirección del Museo siempre estuvieron muy claros: no querían tener un museo mayor sino un museo mejor. A partir de la reapertura, el museo va a tener menos superficie dedicada a la exposición de la que tenía antes. Sin embargo, el edificio va a recuperar su carácter, una luminosidad y una apariencia que estaban completamente perdidas”.
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