Por Rafael Puyol, Vicepresidente de IE Foundation
La crisis económica es mala para todos, excepto para algunos sinvergüenzas sin escrúpulos que, perjudicando los intereses generales, pretenden lucrarse de la situación. La penuria que soportamos no es buena para las personas y tampoco para el conjunto de nuestra población que de nuevo ve reducido su crecimiento a la mínima expresión por la causa prioritaria de un nuevo descenso de la natalidad. Pero hoy quiero hablar de otra consecuencia, también socio-demográfica que tiene su origen en el fuerte desempleo que sufrimos. Se trata de los efectos negativos que este azote produce en la salud mental de los afectados que por ello sufren episodios de ansiedad, caen en profundas depresiones, consumen más alcohol, toman drogas o protagonizan inadmisibles actos de violencia. Parece irrefutable la correlación entre actividad y salud mental en el sentido de que a mayor desempleo mayores trastornos psíquicos de las personas.
La consecuencia más adversa de esta plaga es el suicidio, una forma traumática y rápida de abandonar este mundo. Y el país donde el fenómeno se ha agudizado con mayor intensidad es Grecia, donde el número de suicidios se ha duplicado desde que comenzó la crisis. El país heleno tiene una tasa de paro del 20% y nosotros del 23%. La pregunta lógica que se desprende de esta comparación es la de si también en España cabe esperar un aumento del número de individuos que utilizan esta vía de escape. El INE ofrece los últimos datos estadísticos para el 2009. En este año hubo 3.429 suicidios y en el 2006, 3.426. Así pues no parece que esta forma de decir adiós “a la francesa” sea la fórmula preferida por nuestra gente para “solucionar” (definitivamente) la crisis y el desempleo. Siempre es un consuelo. Y una prueba de la resistencia de nuestro paisanaje que pese a tanta miseria, tanto recorte, tantas estrecheces o tanta corrupción deciden permanecer en este mundo.
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