Por Rafael Puyol, Profesor de IE School of Arts & Humanities
A medida que avancemos hacia la mitad de la centuria se va a producir un fuerte desajuste entre población activa y dependiente, entre los trabajadores potenciales y los jubilados. Y ese desequilibrio sólo se puede corregir aumentando los activos porque los retirados que y apodemos calcular con toda precisión, van a seguir creciendo y además van a vivir más tiempo en esa situación. Por ello, la medida anunciada por el Ministerio de Educación de que los profesores universitarios “con experiencia” podrían trabajar hasta los 75 años es una decisión razonable. Ya he defendido otras veces que con el fuerte aumento de nuestra esperanza de vida, jubilar a la gente a los 65 años o antes, carece, salvo excepciones, completamente de sentido. Además, si hay algún colectivo que podría seguir rindiendo con eficacia después de los 70 es el de los docentes universitarios. Hay quién dirá que los profesores “mayores” no poseen el dinamismo de los más jóvenes, cobran más y no tienen ni su capacidad de iniciativa, ni su espíritu innovador. Yo creo que esos argumentos profesionales no son generalizables y además, aunque en alguna proporción fuese así, los inconvenientes se compensan con cualidades que influyen de manera favorable en su productividad: experiencia, conocimientos, capacidades, … Y no pienso que aunque cobren algo más por su antigüedad, ello vaya a ser un problema para las finanzas de las universidades. Así pues, me parece bien ofrecer la posibilidad de prolongar la actividad de los docentes más veteranos. Eso ya sucede en la actualidad con los eméritos. Pero, como en su caso, es necesario que se les destine a tareas realmente útiles como tutorizar a profesores más jóvenes, liderar equipos de investigación, docencia especializada… Y que la norma favorezca el mantenimiento de los mejores, los más vocacionales, los bien preparados, los que puedan y quieran seguir ejerciendo su labor con eficacia. Así se evitaría que una presunta generalización de la medida impidiera el acceso de los más jóvenes a la función académica.
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