Por Rafael Puyol, Profesor de IE School of Arts & Humanities
El primer semestre del año ha sido malo para casi todo, también para nuestra población. Según las estimaciones del INE que acabamos de conocer, entre enero y julio hemos perdido habitantes .No somos muchos menos, pero lo importante es el cambio de tendencia, puesto que hasta ahora seguíamos creciendo gracias sobre todo a una inmigración generosa que algunos años llegó a rozar el millón de personas. Era como un crecimiento artificial, positivo y bienvenido, pero que podía detenerse si el motor que lo sostenía se quedaba sin gasolina. Y así ha sido porque la causa de nuestra involución demográfica no es otra que el balance desfavorable de la inmigración vinculado a las estrecheces de la economía. Por supuesto que seguimos recibiendo gente de fuera, pero ya se marchan más de los que llegan. Concretamente, a lo largo de este semestre hubo alrededor de 225.000 entradas y más de 295.000 salidas, es decir, una pérdida, algo superior a 70.000 personas. La mayoría de los que salen son extranjeros que llegaron en el pasado en busca de las oportunidades laborales que ya no tienen. Cuando dejan de percibir “el paro” y ante las dificultades de encontrar un nuevo empleo, prefieren volver a casa con lo poco o mucho ahorrado. Pero a este éxodo se suma ahora el de los propios españoles que tras tantos años de bonanza se ven obligados a desempolvar de nuevo la maleta de la emigración. Una maleta más sofisticada porque ahora en ella llevan títulos, especializaciones y saberes que ,sin embargo, no les han permitido encontrar trabajo en casa. Se nos van quienes menos deberían pero la crisis es inmisericorde con todos. Esperemos que el éxodo sea temporal y corto y que, como las golondrinas, los que emigran vuelvan a poner sus nidos entre nosotros. Y lo hagan con las cigüeñas que parecen haberse tomado un año sabático. Unas y otras, serán las aves que simbolicen la recuperación demográfica necesaria.
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