Por Rafael Puyol, Profesor de IE School of Arts & Humanities
Según el diccionario de la RAE bipolaridad es la condición de bipolar y bipolar es aquello que tiene dos polos. Y eso es lo que parece ocurrirle a este país, al menos en dos de las facetas más importantes de la vida nacional: la política y la futbolera. En el plano político, la bipolaridad la ejemplarizan el PSOE y el PP. Los demás partidos, nacionalistas o nacionales, son como una especie de teloneros o figurantes que o bien intentan sacar tajada de la desavenencia entre los grandes, sin importarles demasiado con quien se alían, o lo hacen con uno u otro según les convenga. Los grandes ante la exigencia de las mayorías necesarias, se dejan querer por los pequeños, amores que provocan una factura onerosa que pagamos todos.
En el ámbito futbolero, la bipolaridad tiene también protagonistas talludos que ahora la crisis ha hecho todavía más exclusivos. El Real Madrid y el Barcelona sólo se tienen a si mismos como enemigos, lo que provoca sofocos en quienes piensan que esa bipolaridad acabará con el deporte rey. Política y fútbol son, por lo tanto, cosa de dos, un modelo de funcionamiento simple cuyo único morbo son los episodios de descalificación mutua que a veces se tiñen de agresividad.
Por eso y ante esa política de pocos y mal avenidos hay que dar la bienvenida al pacto al que han llegado PSOE y PP para reformar la Constitución. Controlar el déficit de las instituciones es, por supuesto, importante, pero lo que yo celebro es más el pacto en sí que los motivos que lo han provocado: por el valor ejemplar que tiene para otras instancias y por su (deseable) condición de acuerdo anticipatorio de otros compromisos posibles.
Las minorías deben ser respetadas y escuchadas, pero no todas sus reivindicaciones pueden ser atendidas. Los partidos pequeños o los nacionalistas sólo representan una parte reducida de los intereses de los españoles o de unas determinadas comunidades. Y en juego está el bien común de todos.
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