Por Rafael Puyol, Profesor de IE School of Arts & Humanities
Cuando Cascos anunció su participación en las pasadas elecciones asturianas, una parte de sus adversarios planteó su descalificación tildándolo de sesentón. Y lo mismo ha ocurrido con Rubalcaba cuyo señalamiento ha sido considerado como una vuelta atrás y una equivocación por haberle preferido a “una persona más joven “.
Y es que en este país no resultas verdaderamente “cool “como no seas mujer o joven. Y no pongo en duda que apostar por ellos en la arena política, o en la actividad empresarial esté bien, unos porque deben protagonizar el futuro, otras porque han de superar un pasado de injusta postergación. Pero ambos retos no tendrían por qué suponer ningún tipo de discriminación de las personas mayores que unas veces tienen dificultades para acceder a determinadas ocupaciones y otras son invitadas a abandonarlas prematuramente cuando aún poseen intactas sus capacidades físicas y mentales.
Estamos obligados por nuestra Constitución a no efectuar discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión u opinión y aunque nuestra Carta Magna no cite expresamente la edad, el Tribunal Constitucional se ha apresurado a considerarla como una condición más que no permite exclusiones. Está bien que los textos legales proclamen el principio de igualdad de las personas. Pero en el caso de la edad es la biología la que impone con rotundidad sus argumentos ¿Cómo calificar a un sesentón de viejo cuando puede esperar vivir como media 20 años más? Un sexagenario de hoy es como una persona de 40 años hace un cuarto de siglo. ¿Era vieja esa persona antes?
Algunos allegados a los que traslado estos argumentos me dicen: “Cuidado Puyol que se te ve el plumero “. Pero les replico: “Lo que quiero que me luzca, a mi como a muchos otros seniors, es el palmito, por supuesto el mental, que está todavía para algunas batallas”. Así pues, ya lo saben: no discriminen a las mujeres, a los inmigrantes o a los budistas, pero tampoco a los sesentones.
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