Por Rafael Puyol, Profesor de IE School of Arts & Humanities
Empieza a haber mucha gente indignada con los indignados. Quizás en un principio el movimiento suscitó cierta simpatía entre la ciudadanía. La gente que yo vi ,al comienzo en la Puerta del Sol era variada en edades ,sexos y procedencias, aunque predominaban los jóvenes y españoles, alterados por la falta de horizontes profesionales y personales. En las primeras concentraciones se cuidaban más las formas, se evitaban los excesos y se hacía gala de un cierto pacifismo que intentaba tranquilizar a la gente y acreditar la solvencia de los mensajes trasmitidos .Salvo contadas excepciones los carteles y los comunicados contra los políticos y los banqueros no se extralimitaban .Muchos tratarán de idílica esta visión, pero así era si la comparamos con la que hoy ofrece la “indignación “. Sus protagonistas ya no suscitan complicidad, sino cabreo. Sin duda, algunos lo provocaron desde el primer momento, pero ahora se ha generalizado al tratar de imponer los indignados sus argumentos por la fuerza. Y es que no se puede permitir que su presencia en determinados lugares perjudique los legítimos intereses de quienes tratan de ganarse la vida con sus comercios .No se puede permitir que los airados no dejen entrar a los parlamentos o salir de ellos a los representantes electos .Ni consentir que los insulten o los zarandeen. Ni que impongan su presencia justiciera para evitar desahucios o cualquier otro presunto abuso. No son Robin Hood, ni el Guerrero del Antifaz, ni el Capitán Trueno aunque a veces se embocen o vociferen como esos héroes de los tebeos. Ya sé que no cabe meter a todos en el mismo saco, pero la gente empieza a tener de todos una visión estereotipada y negativa y a aplicarles aquel chascarrillo lleno de sabiduría que advertía : “ Ten cuidado con aquellos a los que les das la mano y se te columpian en la “ pieza “ ( que diría mi amigo Prieto ).Para evitar tan molesto balanceo alguien debería de tomar medidas.
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