Cuando un estudiante avanza en sus resultados académicos, pero sigue encallado en valoraciones mejorables decimos que “progresa adecuadamente, pero necesita mejorar”. No parece ser este el caso de la educación en España que a tenor de los resultados del último Informe PISA no discurre correctamente y debe superar su baja calificación. Hay dos formas de analizar la posición española: o midiéndonos en la actualidad con otros países incluidos en el estudio, o comparándonos con nosotros mismos a lo largo del tiempo. Y ni por una, ni por otra vía salimos bien parados. Seguimos por debajo de la media de la OCDE y lejos de los países punteros tanto en comprensión lectora, como en matemáticas y ciencias. Y no recurramos al argumento de que en los malos rendimientos actúa negativamente el elevado número de repetidores (36% de los 25.000 estudiantes que hicieron la prueba) porque, lejos de suavizar los resultados, ese discurso ensombrece aún más nuestro panorama educativo.
Pero más grave que nuestra retrasada posición comparativa, es el relativo estancamiento de los tres indicadores en el periodo 2000-2009. Los resultados del último año si bien mejoran los del 2006 repiten o incluso empeoran los del 2000 o 2003. Comparados con los promedios de la OCDE siempre hemos estado por debajo: 10 puntos en lectura, 15 en matemáticas y 12 en ciencias.
Parece que mejorar la inversión no es suficiente para mejorar la educación. Hemos tenido diferentes políticas educativas (quizás demasiadas), pero ninguna capaz de corregir las insuficiencias del sistema. El profesorado ni siempre está bien preparado, ni tiene la motivación, las compensaciones y los instrumentos para ser eficaz. Los padres no se implican suficientemente en la educación de sus hijos. Y estos discurren con frecuencia por una senda demasiado permisiva donde brilla por su ausencia la cultura del esfuerzo. Mientras sigamos así PISA continuará dándonos malas noticias.
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