Somos 47.021.031 españoles, un tímido 0,6 por ciento más que en 2009. Vamos camino de una languidez demográfica similar a la de la última década del XX
A muchos españoles les gusta conocer su futuro individual. Los adivinos hacen fortuna, quizá porque mucha gente está ávida de buenas noticias. Pero cuando se trata de pronósticos colectivos, la duda planea sobre los resultados y el argumento del «cuán largo me lo fiáis» nos distancia anímicamente del porvenir. Un alejamiento al que contribuye con celo la clase política, preocupada sobre todo por los (duros) azares del presente. Sin embargo, saber qué va a ser de nosotros, como ciudadanos y como país, es una tarea esencial. Y a ello contribuyen las proyecciones demográficas, que son simples aproximaciones a una realidad cambiante sobre la que estimamos las demandas futuras de formación, salud y otros consumos de bienes y servicios. Las proyecciones más solventes son las del INE, que las confecciona para un plazo largo (entre 50 y 80 años) y para periodos más cortos (10 años). Utilizaré la última de cada clase, aparecidas este mismo año, para plantear mis reflexiones.
El primer hecho destacable es la nueva desaceleración que el crecimiento demográfico tendrá durante los próximos cuarenta años. Tardamos en alcanzar la España de los cuarenta millones que anhelaba el franquismo, pero al fin lo conseguimos con el cambio de milenio. Durante la década actual añadimos casi siete millones a nuestro censo, pero el futuro se presenta bajo el signo de la escasez: en 2020 tendremos solo un millón más, y en 2048 dos millones. Es decir, volveremos a tener la situación de languidez demográfica que sufrimos en la última década del siglo pasado hasta que la inmigración nos sacó del letargo.
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