Hace unos años, se hicieron unas proyecciones según las cuales la Universidad española perdería entre 2000 y 2015 más de 300.000 estudiantes. Los cálculos se basaban en la llegada a las aulas de las generaciones nacidas en los años de fuerte caída de la natalidad. Las cosas venían sucediendo así hasta que este año, de forma un tanto imprevista, la matrícula ha vuelto a crecer. El Ministro acaba de anunciar un censo de 1,6 millones de alumnos, que supone un incremento del 10% y la vuelta a las cifras de finales de los 90.
La noticia es positiva, pero es preciso contextualizarla al menos con dos consideraciones generales. La primera tiene que ver con las cusas que provocan la situación. Sin duda, la falta de alternativas laborales es una razón poderosa para explicar la recuperación de alumnos que en condiciones económicas normales se habrían incorporado al mercado de trabajo. La segunda se relaciona con la duración de esta ruptura de tendencias. ¿Se mantendrá en el futuro o se reinvertirá de nuevo cuando la crisis amaine? Ojalá se mantuviera, porque el país, que está perdiendo talento por la falta de expectativas, va a necesitar a corto-medio plano más y mejores profesionales que debe recuperar o formar. Pero existe el peligro de que no suceda así, en cuanto le mercado de trabajo y el empleo juvenil mejoren. Ya tenemos una tasa de abandono escolar universitario superior al 30%. Tiene que disminuir, pero podría aumentar, porque no todos los nuevos estudiantes tienen la motivación suficiente para cursar una carrera y porque se integran en un sistema (Bolonia) más exigente que el anterior en esfuerzos, que necesita un cierto rodaje para implementar sus excelencias.
Pero no adelantemos acontecimientos y démosle la bienvenida a que haya más alumnos universitarios, porque es bueno para todos: para ellos, para la economía y para el país.
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