Por Rafael Puyol
Se puede estar con exclusividad en cualquiera de esas situaciones. Una exclusividad relativa porque los estudiantes quieren acabar su carrera y ponerse a trabajar. Los trabajadores pretenden jubilarse algún día. Y los parados dejar cuanto antes esa situación y volver a estar ocupados. Pero las tres posibilidades admiten mezclas con una principal y otra subsidiaria. Hay estudiantes que ocasionalmente pueden desempeñar una ocupación a tiempo parcial. Hay trabajadores que periódicamente dedican una parte de su tiempo a la formación. Cada vez el proceso educativo se considera como un continuo que cambia la idea de la educación para toda la vida por la de educación durante toda la vida. Es el "life long learning" de los anglosajones que permite a los activos de cada momento adquirir nuevos conocimientos, actualizar los que tienen o perfeccionar sus capacidades, destrezas y herramientas de trabajo. Y hay parados que, inducidos o no por la Administración, utilizan su desocupación temporal para formarse más o mejor.
Pero no mistifiquemos la situación. Esas personas son desempleados auténticos y no otra cosa. Hurtarlos de las estadísticas de paro es como hacer trampa en un solitario. Lo cual no supone evidentemente una crítica a que por lo menos un millón y medio de personas realicen cursos de formación o estén en otras posiciones como percibir subsidios agrarios o beneficiarse de la ayuda de 420 euros. Ni por supuesto ningún derrotismo con intenciones espúreas. Es el simple reconocimiento de una realidad.
En fin, quedémonos con el lado positivo de la situación y no con ese burdo maquillaje de las cifras. Que nuestros trabajadores reciban formación complementaria es bueno. Que lo hagan sólo en tiempos de crisis es insuficiente. La costumbre, más allá de ese travestismo contable, debería extenderse con la misma amplitud a los tiempos de bonanza.
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