Tenemos las generaciones de jóvenes mejor preparadas de nuestra historia. La entrada masiva en la Universidad de las cohortes numerosas de la etapa del "baby boom" y la prolongada duración de sus estudios debido a los episodios de crisis que dificultaron su acceso rápido al trabajo, explican lo fundamental de esta situación. Es una buena noticia porque todo el mundo sabe que la formación es la piedra angular sobre la que se edifica la productividad de las empresas y la competitividad de las economías.
Sin embargo, no debe olvidarse que todavía el 40 % de los ocupados que trabajan en España posee un nivel de estudios menguado que repercute a la baja sobre el nivel de "calidad" de nuestra economía. Y debemos preocuparnos igualmente por la falta de concordancia entre la mejora de las cualificaciones y las tareas concretas que desempeña una parte de nuestra población activa. Los datos más recientes nos hablan de casi un 10% de trabajadores con alta cualificación ocupados en oficios poco consumidores de destrezas, evidenciando un mal uso del capital humano. La sobrecualificación se mira en su contrario ya que también hay trabajadores de baja cualificación ejerciendo oficios que les vienen grandes. Y a la eficiencia de unos y otros, hay que añadir la falta de especialistas en determinadas profesiones.
Algo no funciona bien en el sistema educativo de este país que no es capaz de producir los profesionales que el mercado necesita, en unos casos por demasía y en otros por escasez. Es verdad que la formación universitaria no debe adaptarse como un guante a las necesidades del mercado de trabajo, pero tampoco puede ignorar sus necesidades. Ahora tenemos una oportunidad de hacerlo mejor con la implantación del nuevo sistema de Bolonia. Ojalá sepamos aprovecharla.
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