Resulta desoladoramente revelador que tras el paro y la crisis económica, los españoles mencionen a la clase política y los partidos como el tercer gran "problema" que sufre el país, por encima incluso del terrorismo y sus zarpazos y de la inmigración que vivió mejores tiempos en el cuadro de honor de nuestras minusvalías.
La situación es preocupante porque la ciudadanía, superando la crítica inicial de la incapacidad de los políticos para resolver el problema de la crisis, juzga que ellos mismos son un problema nacional. Decir que la gente está harta de ver como los partidos se tiran los trastos a la cabeza, es casi ya un tópico. Por ello volver a los clásicos en estos tiempos de turbación es un sano ejercicio. La arena política me recuerda aquella viñeta en que Mafalda y su hermano Guille asistían, atónitos, al enfrentamiento físico y verbal de sus padres, un desatino ante el que Mafalda le decía a Guille: "¿Tú crees que estamos en buenas manos?"
Juzgo que lo único que evita en el país la decapitación metafórica de sus políticos es el apasionante y azaroso final de la liga. La incertidumbre sobre el ganador del campeonato y sobre los que serán desterrados a las tinieblas de segunda, es el respirador artificial que mantiene vivo al paisanaje. ¿Y cuando se acabe la liga? Un amigo me decía, pues vendrá el Campeonato del Mundo y la pasión por la Roja. De acuerdo ¿Y luego? Ya no sé muy bien que va a ser de nosotros. Quizás es lo que han pensado gobierno y PP con la reunión de esta semana que entronca más con la rehabilitación de la profesión que con la enjundia de los temas de la Agenda.
Como ha ocurrido otras veces Barcelona y Real Madrid están salvando a la clase política de su caída libre en el abismo del desprestigio. Sólo por eso deberíamos conceder a los dos el título de la Liga.
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