China ha experimentado un crecimiento espectacular desde las reformas económicas de 1980 y su apertura a los mercados internacionales. Un crecimiento del 8,7% en 2009 y un 10,7% en su último trimestre hace que algunos hablen de situación insólita y hasta insolente en el contexto de penurias que caracteriza ahora a las economías occidentales. Pero no todo está marcado por el éxito. Los cambios han provocado también grandes desafíos como las fuertes desigualdades económicas y sociales en el interior del país, el daño medioambiental, la migración interior descontrolada y sobre todo los desajustes entre población activa y dependiente.
¡Parece mentira que un país con más de mil trescientos millones de habitantes pueda tener "problemas" vinculados a su demografía!, pero así será. El presente y sobre todo el futuro se edifica sobre la evolución experimentada en la segunda mitad del siglo pasado. La República Popular China fue fundada en 1949 y desde entonces, el gobierno incorporó la población como un elemento más de su política planificadora. Con algún altibajo logró reducir drásticamente la mortalidad general e infantil y actuó con decisión para rebajar la fecundidad y natalidad de forma rápida e intensa. Este fue el elemento clave que inoculó el germen de la debilidad demográfica que ya se advierte en el gran coloso asiático. Las políticas chinas de control de los nacimientos han sido las más agresivas de cuantas se han llevado a cabo en el mundo.
La primera campaña comenzó en los años 50 y se intensificó en la tercera (1971) bajo el lema "Wan, XI, Shao", que significa matrimonios más tardíos, intervalos más largos entre nacimientos y pocos hijos mediante una política férrea de control en la que todos los métodos están autorizados. Al comienzo se animó a las parejas a no tener más de dos hijos, pero desde 1979 se estableció la política del hijo único, que exigía una autorización previa, pero suponía ventajas (en educación, vivienda o sanidad) para quienes la aceptaban. Desde entonces se han sucedido periodos de mantenimiento y suavización de la medida. Hubo que hacer concesiones en zonas rurales a los matrimonios que pretendían tener más de un hijo, pero siempre en el marco de una recomendación generalizada de un solo descendiente.
La política fue severa, pero efectiva. Y aunque constituye una clara injerencia de los poderes públicos en la vida privada de las familias no tuvo altos niveles de contestación, quizás porque en China los intereses públicos y privados se consideran inseparables. Hubo eso sí personas que se saltaban la norma mediante diferentes procedimientos de ocultación, lo cual no impidió un descenso generalizado de los índices de fecundidad que pasaron de cerca de 6 hijos por mujer en 1960 a los 1,6 actuales, un valor que ya no permite el reemplazamiento de las generaciones, ni en las zonas rurales donde los valores son algo más latos (1,8 hijos por mujer), ni en las urbanas (1,2 hijos por mujer).
El resultado de este drástico control de los nacimientos fue un creciente envejecimiento de la población al que ha contribuido más recientemente el aumento de la esperanza de vida (71 años para los hombres y 75 para las mujeres). La proporción de los sexagenarios ha subido desde un 7% en 1953 a más de un 10% en esta década. Pero la mayor escalada está por llegar ya que se anticipa un valor del 27% en el 2050.
La consecuencia inmediata de estos procesos combinados (desnatalidad y longevidad) es el crecimiento de la tasa de dependencia, es decir, la existencia de un número insuficiente de adultos para soportar una población de viejos que irá cumpliendo cada vez más años.
China es un país en el que los mayores son atendidos básicamente por sus familias. El propio Estado lanza campañas periódicas para recordar a los hijos "el deber" de cuidar a sus padres. Durante las etapas de fuerte crecimiento demográfico y aunque con escasez e insuficiencias, no hubo especiales dificultades para el cumplimiento de esta función. Pero ahora ante los cambios que está experimentando la familia china hay serias dudas de que puedan mantener esa decisiva misión. Las familias son más pequeñas, muchas de un solo hijo. Crecen las nucleares y disminuyen las extensas. Bajan los matrimonios y aumentan los divorcios. Las migraciones debilitan las viejas estructuras y las mujeres que se incorporan al mercado de trabajo, en mayor proporción que sus madres y abuelas, reducen el tiempo dedicado a cuidar de sus padres y los de su marido.
El estado tiene por su parte un enorme reto ante sí. Crear y mantener los sistemas de atención a su creciente población envejecida, en ese marco de fuerte desequilibrio entre los que salen y los que entran en el marcado de trabajo. Sin duda China crecía mucho en la etapa prerrevolucionaria. Pero la evolución a la baja fue tan drástica y tan rápida que ahora se van a tener que enfrentar a un problema de incalculables consecuencias en el que está comprometido su propio futuro.
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