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Mar

Blanca Riestra

En 1964, en plena era psicodélica, mientras en San Francisco hordas de hippies soñaban al ritmo del ácido lisérgico un universo multicolor, un estudiante de Syracuse, vestido de negro, y un galés coincidieron en algún dortoir universitario y empezaron a tocar una música que poco tenía que ver con lo que se estilaba hasta entonces.

El Nueva York de los sesenta era un lugar despiadado. Nada de amor al uso, flores en el pelo, buenas intenciones e himnos generacionales. Bautizaron a aquella banda como The Velvet Underground. Enseguida a él se incorporaron Moe Tucker, percusionista vestida de chico, y un bajo desgarbado y charlatán llamado Sterling Morrison. El nombre de la banda provenía de una novelucha de temática sadomasoquista que alguien –el hermano de Moe- encontró tirada por la calle.

Lewis Reed, a quien sus padres habían sometido a tratamientos de electroshock para que volviese al buen camino, demostró enseguida un extraño talento para evocar oscuridades. Escribía, siguiendo la estela de los beatniks, sobre la otra cara del sueño americano. Estados Unidos, a pesar de los colorines publicitarios, seguía siendo un país con problemas raciales, grandes hipocresías, luchas internas, salpicado profusamente por los horrores de la guerra de Vietnam que estaba destruyendo a toda una generación de jóvenes.

En las canciones de la Velvet, se oye el latido industrial de la desesperanza, de la vida al límite, del lado oscuro, del "no future" –que retomaran los Punks-; los travestis se codeaba con los camellos y los yonquis cantaban canciones de amor a su extraño pasajero. Las relaciones personales eran casi siempre violentas, en un entorno urbano donde imperaba la soledad. Por entonces -nos contaba Viktor Bokris, el pasado miércoles 24 de febrero, en Málaga-, cualquier aprendiz de escritor que se preciase bebía de Rimbaud y de Lautréamont. La oscuridad también proviene de ahí, supongo, de la lectura del poeta Delmore Swartz, -profesor de Reed que se suicidaría en 1966 en el Chelsea Hotel- pero también de los simbolistas franceses, que fueron a su vez los últimos románticos, no sólo de las ratas que campaban seguramente por Washington Square.

Y en una de esas conjunciones astrales que ocurren de vez en cuando dejándonos perplejos, las letras de Reed se encontraron con el mejor fondo sonoro del mundo: la música de viola eléctrica, bajo y órgano de John Cale, estudiante de música contemporánea y discípulo de John Cage. Cale construyó todo un envoltorio de vibraciones, disonancias y ruidos inquietantes -noise, distorsión , atonalidad- para acompañar, arropar y dotar de profundidad a los pequeños universos velvetianos.

De ahí a la leyenda hay un paso. Quiso el destino que Andy Warhol los escuchara alguna noche en un tugurio y decidiera convertirlos en el centro de una experiencia multimedia inédita desarrollada por la Factory. Se llamó "Exploding plastic experience". La Velvet, en directo, se convirtió en el lienzo sobre el que se proyectaban incesantes sus películas, en un ambiente casi de trance. Las canciones duraban indefinidamente y el volumen ensordecedor acunaba a la alta sociedad, decadente y cool, en largas veladas que imaginamos memorables.

El primer disco de la Velvet, el "Banana álbum", de 1967, fue obra del genio inspirador de Warhol y de la reunión de esos tres egos explosivos: Reed, Cale y Nico. ¿Quién no recuerda la voz letárgica de Nico y sus ojos adormecido de tristeza cantando " I'll be your mirror"?

La experiencia duró poco: 3 discos. En 1970 – por entonces nacía yo- , ya el sueño había terminado, hubo varios coletazos en forma de banda reformada y vinilos poco valiosos, pero, enseguida, cada uno se fue por su camino creativo. Sin embargo la Velvet sigue siendo uno de los grupos de rock más influyentes de la historia de la música: precursores del Punk, del rock progresivo, del New Age, de los góticos, de los siniestros, de los indies. Sin ellos, no hubiese habido ni Bowie travestido, ni Iggy Pop, ni Ramones, ni Sonic Youth, ni The Cure, ni Nirvana, ni Radiohead, ni muchos otros…

Y es que, como dijo Brian Eno en alguna ocasión, pocos escucharon a la Velvet en durante su corta existencia, pero todo los que lo hicieron montaron una banda.


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