Estipulaba el primer mandamiento del decálogo formulado por mi malogrado amigo Javier Tusell y yo mismo hace años que: "Todo demente debe estar localizado". Tarea ingrata y difícil en estos pagos donde ese desvarío mental prolifera por doquier. Catalogar a los dementes es como intentar contar a los inmigrantes ilegales: una tarea que sólo permite aproximaciones imprecisas. Sí lo podemos hacer cuando los desequilibrados dejan este mundo y es precisamente ahí donde quiero ir. La última publicación de las defunciones según la causa de muerte señala a los trastornos mentales y del comportamiento y las afecciones del sistema nervioso como los grupos de enfermedades con óbito final, que más aumentan en el país. Que nadie me malinterprete. Las enfermedades cardiovasculares y los tumores continúan siendo el transporte más frecuente al otro barrio. Pero es significativo que más de 30.000 personas nos dejen por males de la cabeza o los nervios. ¿Es este un país de locos o son los tiempos los que multiplican la demencia? Mi optimismo elige esta segunda opción y me hace pensar que cuando la convulsión económica, laboral y política tome vuelo sus secuelas mentales se vayan con ella.
Pero hay una segunda circunstancia curiosa en la publicación de las causas de muerte. Se trata del ascenso de suicidios al primer puesto del ranking de los óbitos exógenos. La verdad es que no alcanza esa posición por méritos propios sino por la disminución de fallecidos en accidentes de tráfico. No obstante, algo habría que hacer para reducir esas 3.400 personas que se despiden de este mundo a la francesa. Se han reducido los accidentes de circulación con muerte, un 20%. Pues rebajemos los suicidios en la misma proporción, aunque para ello tengamos que nombrar a Pere Navarro responsable de una Dirección General que suene bien. Por ejemplo, Director General para la Reducción del Tránsito Deliberado al más allá.
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