Acaba de publicarse la proyección de la población española a largo plazo, ese diagnóstico de cuántos y cómo seremos a mediados de este siglo. La proyección llega en un momento de intenso debate. Se discute si hay que retrasar la edad de jubilación o si resulta conveniente recibir más inmigrantes en una situación de paro tan desesperante. Y son discusiones en las que se entremezclan componentes económicos, sociales e ideológicos y que carecen casi siempre de las necesarias bases demográficas.
La demografía es ciencia de luces largas. El 2049 parece lejano, pero la mayoría de los que vivirán en esa fecha han nacido ya. La población (48 millones) será entonces 2 millones mayor que la actual, pero el crecimiento declinará de forma intensa. El aumento natural será negativo desde 2020 debido sobre todo a un fuerte incremento de las defunciones. Crecerá la esperanza de vida (más de 84 años los hombres y casi 90 las mujeres), pero los mayores de 64 años llegarán a un 32% de la población total. Y lo que resulta más preocupante: de cada 10 personas en edad de trabajar habrá casi 9 potencialmente inactivas (menores de 16 y mayores de 64).
Este contexto provocará dos consecuencias, una inevitable y otra corregible. La primera es que necesariamente tendrá que haber más inmigrantes (la proyección estima el flujo anual inmigratorio en 400.000 personas desde el 2019). La segunda que resulta conveniente elevar la edad de jubilación. Otra cosa es que éste sea el mejor momento de proponerlo o que la prolongación deba conjugar junto a los criterios de edad, los vinculados a la profesión, los años de cotización u otros.
Los políticos y los sindicatos pueden discutir cómo llevar la medida a efecto. Lo que no se puede debatir es la conveniencia de adoptarla. Quizás podríamos empezar con los voluntarios, pero a la larga no habrá mas remedio que extenderla a la mayoría de los trabajadores.
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