Tras constatar que es una demanda social, un elemento esencial para la salida de la crisis, y que entre los interlocutores básicos del Pacto (Comunidades, partidos políticos, Conferencias Educativas) existe "disponibilidad y voluntad" para llegar a acuerdos, el Ministro lo ha declarado "viable" el Pacto sobre la Educación. Y ha lanzado un documento de bases, abierto al diálogo que define 9 ámbitos para el Pacto, con énfasis en una financiación suficiente, imprescindible para favorecer el impulso de las becas, la lucha contra el fracaso y abandono escolar, la escolarización temprana, la mejora de la F.P., la modernización del sistema, la internacionalización de la Universidad o la dignificación del profesorado.
Probablemente, llegar a ese deseable acuerdo financiero es sólo uno de los ingredientes del Pacto. Ni siquiera encontrar consensos básicos en las áreas educativas mencionadas, a las que hay que añadir el fomento de la cultura del esfuerzo y la flexibilidad, resolvería todos los problemas (contenidos de ciertas materias, vertebración del sistema, lengua de enseñanza). Pero, no cabe duda que sería un buen paso, acostumbrados como estamos a que los grandes cambios educativos se ejecuten con presupuestos anoréxicos. En este país hacemos mejor la literatura (las leyes) que las matemáticas (los presupuestos para desarrollarlas). Una buena norma puede convertirse en mala por la vía de la insuficiencia financiera.
Llegados a este punto lo más sensato es sugerir, como algunos ya lo han hecho, un pacto en dos fases. La primera sería el acuerdo razonablemente rápido sobre financiación y la mejora del sistema en aquellos aspectos académicos o técnicos que no suscitan grandes controversias. La segunda que permitiría pasar del Acuerdo al Pacto, consistiría en la búsqueda de un consenso o al menos de un acercamiento en asuntos más ideológicos o políticos. Sin duda es mucho más difícil, pero si supeditamos lo demás al logro de este consenso, el sistema seguirá anquilosado e ineficiente como hasta ahora.
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