Estos primeros partidos de "Copa" entre grandes y pequeños son una excelente oportunidad para recuperar virtudes que hacen del fútbol el mayor espectáculo. En los partidos de primera asistimos a espectaculares detalles técnicos, sorpresivas jugadas ensayadas, inteligentes desmarques sin balón o arrojadas diabluras de "crack". Pero en los encuentros coperos en los que un modesto recibe a un grande, la sofisticación del juego da paso a otras bondades que devuelven la emoción a un deporte demasiado estereotipado.
Es lo que pasó el martes en Alcorcón. Dios me libre de culpar a nadie. Ni es tiempo, ni soy quién para hacerlo. Pero déjenme desgranar mi argumento sobre lo que aconteció y le sucede al Madrid. El Alcorcón es un equipo sin figuras, ni florituras. Pero como David, supo usar su honda para derribar al gigante. Un tirachinas confeccionado con grandes dosis de ilusión, entrega, pundonor, vergüenza propia, humildad, respeto al rival, sacrificio, sentido del riesgo, responsabilidad, trabajo en equipo, vinculación a los colores y ganas de divertirse. ¡Qué difícil es comprar esas cosas con dinero! Por lo menos al Madrid del Alcorcón le faltaron todas ellas. Decir que el equipo merengue tiene grandes individualidades y que no encuentra su esquema de juego es describir el Mediterráneo.
Si no lo tienen ya lo descubrirán, pero ¿Será suficiente?. Al Madrid de las figuras le siguen faltando las dosis suficientes de aquellos hábitos que sólo algunos jugadores "de la casa" poseen. A la mayoría de los jugadores foráneos les da lo mismo competir con los "mileuristas" de un equipo suburbano que con un conjunto mormón del estado americano de Utah. Las estrellas no salen al campo a desplegar virtudes, ni a divertirse, sino sólo a ganar dinero. Pellegrini puede ser un buen técnico, pero no sé si sabe inculcar a sus chicos la exigible responsabilidad corporativa y la emoción y la ilusión necesaria de saberse integrantes de uno de los equipos más emblemáticos del planeta.
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