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El poeta, un «clásico moderno», como escribió Dámaso Alonso, habría cumplido cien años el 9 de octubre

José Antonio Muñoz Rojas, durante el acto de entrega del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana / ABC

MANUEL DE LA FUENTE | MADRID

   

Martes, 29-09-09 a las 18:23

Cien años palabra por palabra, un siglo (que habría cumplido el 9 de octubre), toda una vida, entre sílabas y sonetos, asonantes y consonantes. Cien años ante el folio en blanco luego germinado minuciosa y sencillamente con sus versos, los versos de José Antonio Muñoz Rojas, «uno de nuestros clásicos» como le nombró Dámaso Alonso. Un siglo de travesía por el mar de la poesía española, un viaje que ayer, en su Antequera natal, tocó puerto, el último puerto, «a merced de las horas, sin derecho / más que a un poco de aire, de hermosura, /nacemos y es bastante». El poeta será enterrado en el cementerio municipal, donde se encuentra el panteón familiar.

Humilde, humanista siempre y discreto con todas sus consecuencias (premios como el Nacional y el Reina Sofía le llegaron a penúltima hora, en 1998 y 2002) Muñoz Rojas, que rechazó ser académico, fue amigo y alumno de los hombres del 27, y compañero de poetas del 36 como Ridruejo y Panero. Escribió y reescribió constantemente («Escribir, que es el andar el alma…», decía), las luces de su vocación las prendió el candil de Antonio Machado, y luego él juntó la nómina de sus camaradas, Moreno Villa, Dámaso, Aleixandre, y los poetas ingleses, Donne, Eliott, tras cuya estela y estudio viajó a Cambridge, donde pasó los años feroces de la Guerra Civil. A la vuelta, una alegría, conocer a su inseparable rosa, Mari Lourdes Bayo, esposa y madre de sus siete hijos («Desde que Marilu se fue, es ir muriendo…», escribiría tras su muerte). Entre poema y poema, muchos de los cuales permanecerán inéditos durante años, pasa largas temporadas en el campo, a cuya contemplación y recreación dedica palabras que suenan renacidas en su verso: alondras y baticolas, nomeolvides y vencejos, Fray Luis entre las manos y aquel olor a retama.

De vuelta a Madrid, desde 1958 desarrolla una importante labor de mecenazgo en la Sociedad de Estudios y Publicaciones del Banco Urquijo. En 1992, la edición definitiva de su obra vive su esplendor gracias a Manuel Borrás y la editorial Pre-Textos, labor que hace un año se veía completada con la publicación (Pre-Textos/Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales) de «La alacena olvidada. Obra completa en verso», con exhaustiva edición de Clara Martínez Mesa, que recoge títulos imprescindibles como «Ardiente jinete», «Cantos a Rosa» y «Oscuridad adentro».

Poeta de la vida («¡Qué hermoso nacer para esto que nacemos!»), poeta del pan y de la flor («Rosa, mi corazón, mi latifundio…»), del aliento germinal («Ya no sé desear más que la vida…»), poeta de los que no dicen adiós sino hasta pronto («No me hables de nuncas que no existen / sino de siempres nuestros para siempre / o quizá todavías que nos aguardan»"), José Antonio Muñoz Rojas, a buen seguro que a esta hora ya reescribe los endecasílabos garabateados por los ángeles

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