Afirma aquel sabio dicho popular que "el dinero no lo es todo en la vida". A lo que, socarronamente, alguien contestó ¿Pero quién lo quiere todo?. Recuerdo la sentencia y su apostilla a propósito del gasto público sobre la educación en España.
Son tantos los indicadores manejados y con tantas intenciones que al final resulta difícil saber el estado real de la cuestión. Pasa lo mismo que con las opiniones emitidas por los líderes políticos tras conocer los resultados la noche electoral: todos han ganado algo y nadie ha perdido nada. Por eso conviene citar la clase de datos y la fuente que los emite para saber de qué estamos hablando. En mi caso, y para medir el gasto público en educación manejo los datos de Eurostat que lo miden en porcentaje del PIB. Una reciente hoja informativa del Instituto de Estudios Económicos, que recogía los indicadores para la Europa de los 27, señalaba que el gasto medio europeo era del 5,05%, El máximo lo tenía Dinamarca (8%) y el mínimo Rumanía (3,8%), ocupando España en esta clasificación el lugar 23 con el 4,28%. Ciertamente los datos corresponden al 2006 y hoy probablemente son algo mejores, pero ello no supone que nuestra posición relativa haya mejorado mucho.
Todos sabemos que no tenemos el sistema educativo adecuado y que, aunque hayamos mejorado en la mayoría de los índices que miden nuestro nivel, nos queda un largo camino por recorrer. A veces miramos con admiración a los países nórdicos (a Suecia o Finlandia) o a otros vecinos europeos (Inglaterra, Francia) con mejores resultados en los rankings que miden la calidad formativa. Es verdad que tenemos distintas situaciones de partida, pero es cierto igualmente que esos países dedican más recursos a financiar la educación.
El dinero sólo, no permite alcanzar la felicidad educativa… pero ayuda a conseguirla. Ahora que hablamos de un Pacto sobre la Educación debería haber acuerdos básicos para subirle el sueldo al sistema.
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