Desde 1976 dirigió, con Beatriz de Moura, Tusquets Editores
DIARIO EL PAIS. ROSA MORA 22/09/2009
Desolación, dolor, tristeza. No hay otras palabras para describir el sentimiento que embargó ayer a todos cuantos conocían a Antonio López Lamadrid. Murió por la mañana a causa de un maldito cáncer que le acosaba desde 2007.
A principios de 2007, López Lamadrid, Toni, desbordaba entusiasmo. Uno de sus autores, Henning Mankell, abarrotó y desbordó el teatro Romea de Barcelona, durante la BCNegra. Apenas tres semanas después se le diagnosticó ese maldito cáncer. Aguantó el tirón y volvió a la brecha. Hace unos meses celebraron el 40º aniversario de la editorial. Se volcó. Beatriz explicó entonces que él había sido lo mejor en esas cuatro décadas de Tusquets. "Lo mejor ha sido Toni, porque si no se hubiera comprometido con la sociedad en 1977 hoy no estaríamos aquí hablando de libros, de historia y de futuro".
López Lamadrid nació en San Sebastián en 1938 y allí estudió Químicas. Hasta 1975 se dedicó a los negocios textiles familiares y ya en los primeros setenta había creado dos sociedades industriales, pero lo del textil le aburrió. En 1976, empezó a asesorar a De Moura en temas financieros y comerciales. Beatriz, contra su opinión, le puso despacho. Casi sin darse cuenta, ya era codirector de la editorial que, al año siguiente, con algunos amigos transformó en una sociedad anónima. Quedó atrapado para siempre en el embrujo de los libros. Propició la creación de nuevas colecciones, como Andanzas, de narrativa; Tiempo de Memoria, historia, biografías y memorias; Fábula, de bolsillo, y Maxi, en 2007. Impulsó el Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, que han ganado, entre otros, Carlos Barral, Jorge Edwards, Javier Tusell, Carlos Castilla del Pino, Juan Luis Panero, Isabel García Lorca, Juan Ramón Recalde y José Andrés Rojo. Los 2.300 títulos de su fondo, desde Jorge Semprún a Woody Allen, Ernest Jünger, Almudena Grandes, Cristina Fernández Cubas, Leonardo Padura, Leonardo Sciascia y tantos otros, avalan el trabajo de la pareja.
Era un hombre de una vitalidad y un entusiasmo enormes y contagiosos y estuvo siempre al pie del cañón en los temas importantes del mundo de la edición. A favor del precio fijo de los libros, por ejemplo. Últimamente su deseo era que los editores se unieran para afrontar juntos el reto de los e-books.
Fue el mejor amigo y cómplice de sus autores y se preocupó por todo, desde sus problemas personales hasta la venta de sus derechos, pues Tusquets funciona también como agencia literaria. Recibió a los jóvenes con los brazos abiertos. Miguel Aguilar, que trabajó en Tusquets como tantos otros, dijo ayer que López Lamadrid "lo era todo en el mundo editorial". "Yo estoy en Barcelona desde los 23 años por él. Llegué sin saber nada y aprendí mucho en la editorial. Tenía una capacidad extraordinaria de entusiasmar a la gente. Ha sido mi modelo, mi mentor".
Lamadrid se granjeó la amistad y el aprecio de sus competidores. Fue él quien organizó la fiesta de despedida de Riccardo Cavallero, de Random House Mondadori, cuando se fue a Nueva York. Fue uno de sus muchos gestos simpáticos, generosos y espontáneos.
También vivió momentos negros, cuando Tusquets sufrió una crisis de crecimiento entre 1995 y 2000. Primero vendieron el 40% de sus acciones a Planeta, pero no se sintieron a gusto en un gran grupo y las recompraron en 1998. De José Manuel Lara Bosch siempre hablaba bien: "Se portó como un señor cuando nos fuimos". Meses después vendieron el 50% a RBA y salieron por pies. Lo pasaron mal y López Lamadrid se sintió responsable. "Juro que no venderé nunca más, Beatriz se moriría del disgusto".
Suena antiguo decirlo, pero era un caballero y un señor. Un amigo y un cómplice. Será extraño y triste no oír su voz para decirte que los seis libros que prepara Almudena Grandes sobre la posguerra serán la bomba; que el nuevo Murakami será el mejor; que con Padura nos vamos a llevar una sorpresa.
IN MEMORIAM
Un señor y un camarada
DIARIO EL PAIS. ALMUDENA GRANDES 22/09/2009
"Vente a Barcelona, que te pagamos el viaje. Nos ha gustado mucho tu novela y, ganes o no ganes, te la vamos a publicar igual". Toni era así, pero cuando le escuché decir eso por teléfono, un día de enero de 1989, no sabía aún hasta qué punto era especial.
"Vente a Barcelona, que te pagamos el viaje. Nos ha gustado mucho tu novela y, ganes o no ganes, te la vamos a publicar igual". Toni era así, pero cuando le escuché decir eso por teléfono, un día de enero de 1989, no sabía aún hasta qué punto era especial.
Le recuerdo entonces, alto, apuesto y, sin embargo, desgarbado, con algún pico de la camisa fuera del pantalón y cualquier americana carísima que le sentaba bien, pero nunca del todo. Le recuerdo tomando copas y contando chistes, fumando siempre, riéndose a la vez. Y recuerdo mi desconcierto ante un hombre que no encajaba en la imagen que una aprendiza de escritora tenía de los editores, ahora que sé que nunca volveré a tener otro editor como él.
Yo quería a Antonio López Lamadrid. Le quería muchísimo, y él lo sabía, pero el amor, con ser raro entre los escritores y sus editores, no basta para explicar todo lo que significaba para mí. Toni era, más que sí mismo, más que Tusquets Editores, uno de los elementos fundamentales de mi escritura. Porque él estaba ahí, y mientras estuviera ahí, al otro lado del teléfono, yo me sentía segura. No era sólo confianza mutua, no era sólo generosidad, complicidad, armonía, era algo más, tan sutil, tan complejo que en estos momentos doloridos, confusos, no encontraría palabras para describirlo. Yo estaba orgullosa de que fuera mi editor. Él estaba orgulloso de que fuera su autora. Cada vez que me traía un contrato, quedábamos en mi casa, un cuarto de hora antes de ir a cenar, y cuando se lo devolvía firmado, nos íbamos a cualquier restaurante donde los dos pudiéramos pedir changurro de segundo. La vida era, entonces, fácil y divertida. Y los libros, un ingrediente más de esa buena vida.
Toni López, como se llamaba siempre a sí mismo, era una persona fácil de amar, difícil de comparar. Elegante, espléndido, leal, un señor y, al mismo tiempo, un camarada. No puedo decir que fuera un placer trabajar con él, porque lo que nosotros hacíamos no era trabajar, sino conspirar. Entre las cosas que le debo a la literatura, siempre estará su fe, su entusiasmo, una pasión que me acompañó hasta el final.
Hace sólo unos días me llamó por teléfono por última vez. Era nuestra última conspiración y yo no me di cuenta. Me preguntó cómo llevaba la nueva versión de una novela que terminé, y él leyó este mismo verano, y me dijo, haz lo que quieras, ya lo sabes, pero no quites esto, ni aquello, no me hagas eso, ¿eh? No te preocupes, le dije, no pensaba, y se despidió como siempre, con un adiós seco y apresurado, tajante y rápido.
Era tan poderoso que nunca creí que pudiera morirse alguna vez. Ni siquiera cuando me contó que tenía cáncer, quise creérmelo. Murió ayer por la mañana y todavía no me lo creo. Tampoco sé contar los pedazos en los que se me ha roto el corazón.
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