Consciente o inconscientemente las personas utilizan para referirse a los demás todo un conjunto de términos que introducen la posición jerárquica que, en la opinión de apelante, merece el sujeto aludido. Hablaré hoy de los nombres de los hombres.
El vértice de la pirámide nominativa lo tiene la palabra "Señor". Señor es quien exhibe nobleza, autoridad, respetabilidad, distinción… Es el nombre para Dios y para el Rey.
El vocablo es un genérico que, a veces, se substituye por el nombre de pila precedido del Don (Don José) que sin quitarle prestancia al Señor le confiere especificidad y una pizca más de cercanía.
En un eslabón inferior se sitúa el "caballero". Es un fonema más descafeinado, menos valorativo, más igualitario. Quizás por su asociación a los servicios para hombres o por su estrecha vinculación a los anuncios de relax que ofrecen el mejor género para "caballeros exigentes".
Viene después el término "amigo" que introduce frecuencia en el trato y confianza. Los adultos tienen amigos; los más jóvenes "colegas", expresión que implica un cierto sesgo generacional, una afición por las nuevas cosas y una cultura compartida.
En las referencias de los adultos no existe un término idéntico, pero se le acerca el adjetivo "chato" que no se utiliza para aludir a quien tiene la nariz prominente, sino que se hace sustantivo para significar armonía y buena correspondencia. El "colega" juvenil supone el elevado grado de compañerismo que alcanza menos intensidad en los términos "tronco" o "pibe".
Tronco es, a veces, una persona insensible o inútil, pero otras simplemente alguien que por edad o relación, está más allá de las fronteras del "coleguismo".
En cambio, el "pibe" introduce fórmulas de tratamiento afectuoso, a veces admirativo y otras descalificador (¡jó qué pibe!). En principio, no tiene consideraciones estéticas, salvo en la expresión femenina ("pibita") que insinúa buenas formas y condición cariñosa.
Así pues señores, caballeros, colegas, amigos todos: Tengan Uds. un buen día.
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