La claridad es un invento antiquísimo, y se dice de muchas maneras (en Cádiz la claridad es símbolo de luz no directa pero de largo alcance, por ejemplo). Nuestro concepto de claridad proviene del s. XVII y tiene este origen. Supongamos que estamos en plena guerra de los 30 años, supongamos que a nuestro alrededor lo que hay es fango, lodo, la fría lluvia centroeuropea y viento del norte, oscuridad y sólo unas pocas horas de luz, muy tenue, tamizada por la niebla de los bosques europeos. Las ropas están sucias tras andar por ciénagas y marismas entre valle y valle. No sabemos por qué vamos a la batalla, unos dogmas, que si de servo arbitrio, que si de libero arbitrio, que si la conciencia, que si las escrituras, que si el derecho de unos reyes, que si el derecho divino de otros. ¡Puagh! ¡Qué vida esta! ¡Un poco de claridad, un poco de limpieza, un poco de orden y pulcritud! De repente encuentro una casa cómoda, he podido asearme y descansar de mi larga marcha de soldado, una estufa caliente, algo de ponche y el resplandor constante de una lámpara. Contemplo en mi ensoñación la claridad y limpieza, el orden estático e inequívoco de las verdades matemáticas ¡Qué todo lo que hagamos y digamos sea así! ¡Luz, claridad para el pensamiento, luz! (no resisto citar aquí a Eliot, que me viene que ni al pelo: ¿por favor quiere darnos luz? Luz./Luz./et les soldats faisaient la haie? ILS LA FAISAIENT. De Marcha Triunfal, de Coriolano).
Esta es parte de la historia de Descartes y el contexto en el que se le ocurrió que las verdades debían ser claras y distintas, como son las verdades de las matemáticas. Que hay 25 números primos menores que 100, entre ellos el 3, y que estos son sólo divisibles entre ellos y el 1, es algo claro y distinto. No puedo confundirlo con ninguna verdad –a ver quién confunde esto con otra cosa- y no es confuso –no hay posibilidad de equívoco. Bien está por las matemáticas –aunque ya hay quien no piensa así de las matemáticas ni de la geometría, véase la moderna –postmoderna- geometría de fractales. Pero no creo que este sea el destino de las verdades ni una condición de la verdad, no lo pensó así Platón, ni Plotino, no lo pensó así Heidegger y pienso que tampoco Wittgenstein o Tomás de Aquino.
¿Qué es la Luz? La Luz es lo que estén en medio, lo que abre un espacio haciéndolo visible. Lux in medio. Las columnas guardan una armonía y una proporción suficiente como para dejar pasar toda la luz posible y que las sombras sean las mínimas a cualquier luz del día. Primero unidad en la proporción y luego unidad en la diversidad de la disposición en el espacio de las distintas columnas y eso deja pasar la Luz. La Luz deja así que se ilumine, que aparezca, que se des-cubra (a-letheia, des-cubrimiento, verdad), que se haga patente el Cosmos, el Orden, los órdenes.
La confusión de las formas, la falta de armonía, no deja pasar la luz y entonces viene el reino de las Sombras, la obra de aquel que no es la Luz y es todo Sombra y desorden y engaño y confusión y es padre de la mentira, de lo oculto, de lo que siempre está latente y es distinto de lo que brilla.
Pero aquel que tiene la Luz o es la Luz o tiene al alcance la Luz, o ha sido dado a Luz hace brillar las cosas y las cosas resplandecen, tienen brillo dentro del espacio de la Luz –tienen dóxa, apariencia, gloria. La Luz es divina, crea, hace que las cosas brillen y resplandezcan, puedan guardar y mostrar su forma, puedan seguir su canon propio. Aquel que es todo Luz tiene por tanto brillo propio –dóxa, gloria, puro aparecer de la luz.
Lo verdadero es lo que resplandece en la luz y tiene dóxa y es cuestión de ser mostrado, enseñado y aparecido, revelado a las mentes –dokeo, parecer.
Un dogma –natural del tipo que ejemplifica Miguel, verdadero o no- o sobrenatural –del tipo que las Iglesias cristianas mantienen, verdadero o no. No es una verdad incomprobable, como dice Miguel Herrero. Que Michel de Montignac, soldado raso del XVIIIº regimiento del rey en la batalla de Rocroi tuviera esa mañana un intenso dolor de hemorroides –siento bajar en este punto el nivel metafísico de mi post- es una verdad y es incomprobable, pero no por eso es un dogma. En cambio con respecto a los dogmas que menciona Miguel, por ejemplo con respecto a que “todos los hombres son iguales en dignidad”, se puede decir que es perfectamente comprobable una vez que se demuestra que todos los hombres tienen dos atributos que los convierten en racionales: inteligencia discursiva y libre voluntad –caeteris paribus y si uno acepta la apelación a dos propiedades no biológicas como prueba. Dogmas como que Dios es Uno en esencia y Trino en personas es perfectamente comprobable una vez que se demuestra que la Escritura lo dice así –caeteris paribus y si uno acepta el testimonio de las Escrituras como prueba. No, lo que hace a un dogma un dogma es que es una verdad estrictamente básica. Una verdad cuya comprobación no sigue el mismo modo de comprobación que el resto de verdades. Una verdad que pertenece a un conjunto de verdades cuya armonía, cuyo conjunto ordenado compone el canon de verdades básicas y que iluminan el resto de verdades que aceptamos. Lux in medio.
Los dogmas son verdades-faro (este termino es de mi invención y lo considero un gran hallazgo, material para que Miguel Herrero caiga en la envidia). El resto de verdades, lo que sabemos de las cosas, su aspecto o su forma, lo sabemos a la luz de estas verdades-faro. El canon es el conjunto de las verdades-faro. Siguiendo la longitud de esta vara de medir (Kanon, caña), de esta medida que son las verdades-faro, se me aparece en todo su esplendor la forma precisa de las cosas, no necesariamente clara y distinta como son las verdades matemáticas, pero sí, proporcionadas a su propia realidad, brillando en todo su contorno.
A mí me gustan en cambio las divisiones tripartitas –forma, canon, dogma- resplandece en ellas una forma, un canon, antiguo, más que el tiempo, quizás.
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