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May

Las formas claras del hombre: orden, canon, dogma

Written on May 4, 2009 by Administrador de IE Blogs in Arts & Cultures & Societies, Philosophy

Miguel Herrero de Jáuregui

Los hombres de nuestro tiempo sienten una rara fascinación por los márgenes, por los casos extraños, por la situación liminar y ambigua. Es lógico que en una época de formas difusas y contornos líquidos como ésta se profundice en las fronteras, se investigue el límite, para encontrar ahí la nitidez que el conocimiento requiere por un imperativo innato. Pero no pocas veces los arrastra el (en)canto de las sirenas, el imán de lo híbrido, y elevan lo marginal a categoría principal. La pendiente de lo liminar es tan empinada como la curva de la utilidad marginal. Caerán por ella artistas, cineastas, políticos, filósofos, arquitectos, genetistas, cocineros. Pero no este blog, no Sapiens Tribune. Porque aquí, como guardián insobornable de las formas apolíneas, vigila Julián Montaño, que clama, con razón, por no dar más pábulo a los centauros que a los hombres, y no preferir lo indefinido a lo determinado. Y como también le debía a Alonso, lector y comentarista infatigable de ST, un post sobre dogmas, aquí va una divagación oracular, estilo que permite imprecisiones y boutades, sobre las formas claras.

Las formas claras por antonomasia son las matemáticas, como el triángulo o la ecuación, que se ven incluso mentalmente. Después, las formas físicas de la realidad, que se ven con los ojos, a veces mediante telescopio o microscopio. Aunque la física moderna ha descubierto una infinita complejidad de estas formas, su conocimiento es científico, nítido, objetivo. Las ciencias naturales, como la química, la física, la biología, tratan de matematizar en lo posible estas formas. Pero otro tipo de formas no se ven ni con los ojos ni con la mente, sino que surgen de un magma cambiante y brumoso en el que la mente trata de discernirlas para lograr cierta claridad provisional. Son las formas de las realidades no matemáticas ni naturales, sino humanas y sociales. Y estas formas antropocéntricas se determinan en tres modos: orden, canon y dogma.

El orden es el ámbito de lo que es en un momento y lugar concretos, según reglas constantes y previsibles. Las cosmogonías antiguas expresaban siempre el principio del caos al orden (kosmos), en un proceso que empezaba en la formación del universo y culminaba en la civilización humana. Las relaciones humanas, como el cosmos antiguo, también tienden a la previsibilidad, a la repetición según criterios constantes. El principio que rige el orden humano es la justicia, no como ideal abstracto, sino como configuración concreta de la realidad existente. Es cierto que no todo orden es necesariamente justo. Una anciana tía mía, por ejemplo, contaba que una vieja Fräulein le decía en los años 30 del pasado siglo: "en Alemania, mucho orrden en las calles, perro poco orrden en las almas". Pero en esta frase queda también clara la idea de que en el orden verdadero es necesaria la justicia, sea cual sea el modo en que ésta se concibe en cada sociedad. El ideal de lo justo en la Esparta antigua y en la Holanda moderna es muy diferente, pero el orden social se forma en ambas en torno a éste. El derecho, la economía, la política, se ocupan del orden. Sus métodos son las teorías, que tratan de discernir las reglas constantes y previsibles que lo forman.

El canon es el orden de lo que debe ser. Su principio rector es lo bello; su ciencia, la estética; su materia, las artes. Forman el canon las reglas estéticas que diferencian lo feo y lo bello, a partir de las nociones decantadas por la tradición y las adoptadas por cada sociedad como innovaciones propias: la combinación de tradición e innovación redefine el canon para cada situación concreta. Los órdenes clásicos, dórico, jónico y corintio, han formado parte del canon estético desde la antigua Grecia, y no han dejado de recombinarse en cada estilo arquitectónico hasta hoy. Incluso romper con ellos pretende inaugurar un nuevo canon definido a partir del anterior. Es totalmente arbitrario que las aristas, las volutas o las hojas de acanto reconduzcan la mente hacia lo bello. ¿Por qué no hojas de roble? Pero por otro lado, la arbitrariedad del canon no le quita fuerza alguna. El grandísimo interés que desde hace dos siglos ocupa la cuestión de la formación de la Ilíada y la Odisea es que la poesía homérica, al imponer sus criterios estéticos, determinó el canon occidental hasta nuestros días. Hoy se buscan nuevos cánones. Pero todos necesitan criterios explicables: hasta el artista más vanguardista y rompedor explica su arte según ciertos principios y reglas. Quienes tengan éxito formarán los cánones de nuestra época.

El dogma pertenece al ámbito de lo que es siempre, debe ser, y no puede ser de otra manera. Su principio fundamental es la verdad. Pero una verdad que, a diferencia de las matemáticas, no es demostrable ni comprobable. El dogma (de dokeo, parecer) se adentra en la bruma de lo incomprobable y trata de darle forma. Sus campos propios son la metafísica y la teología (no confundir con religión, de la que la teología es sólo una parte). Y en el siglo XX (para desgracia de sus inquilinos), también la ideología política, desde que Marx definió el curso de la historia a partir de dogmas, contagiando así a muchos otros pensadores políticos de diferentes signos. Las teorías provisorias, y los cánones arbitrarios, se convirtieron en dogmas inmutables. Como lo verdadero no es obvio, los dogmas varían también según la sociedad humana. Pero si el canon estético puede converger, y el orden justo evolucionar, el dogma no admite la arbitrariedad o el progreso, y es incompatible con otros dogmas diferentes. El dogma, en cuanto define la verdad, es inmutable, y por eso no admite cambio, sólo herejía. Se podrá tal vez perfeccionar, adaptar o reformular el dogma para hacerlo más comprensible, pero su esencia nunca cambiará. El dogma resiste o muere.

¿Ejemplo de orden? El libre mercado. ¿De canon? Las formas verticales rectas y esbeltas, de la columna clásica al rascacielos, pasando por la torre gótica. ¿De dogma? Que todos los hombres son iguales en dignidad y que la esclavitud no es aceptable en absoluto.

Lo justo, lo bello y lo verdadero no son órdenes estancos y sin relación mutua. Todo lo contrario, se necesitan mutuamente. De hecho, gran parte de la filosofía se dedica a establecer la relación entre los tres, y la ética se asienta en estos tres fundamentos. Pero no está de más darse cuenta de qué necesita (y qué no) un orden justo, qué un canon estético, y qué un dogma verdadero. Comprender lo que necesita cambio, lo que requiere fijación o distensión, o simple reformulación. Y no hacer teología donde hace falta derecho, o política donde hace falta estética, ni considerar inmutable lo arbitrario, ni justo lo bello, ni verdadero lo útil, ni matemático lo dogmático, ni dogmático lo teórico.

Releo el post antes de colgarlo y me parece lleno de distinciones demasiado nítidas, simples y casi falsas. Las formas claras me parecen ahora más oscuras. Además, toda tripartición es sospechosa de arbitrariedad, porque forma parte, para empezar, de nuestro antiguo canon estético. Ay, con lo cómodo que estaba yo en la ambigüedad de los centauros, lejos de la sobrecogedora claridad de las formas definidas. En fin, Julián, ahí lo tienes.

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