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May

Haizam Amirah Fernández

Investigador principal para el Mediterráneo y Mundo Árabe del Real Instituto Elcano, y profesor de Estudios Árabes y Relaciones Internacionales (IE School of Arts and Humanities)

 

Este artículo se publicó originalmente en la revista Culturas, no. 2 (monográfico sobre la juventud en el mundo árabe), septiembre 2008. El autor agradece a la Fundación Tres Culturas, con sede en Sevilla, la autorización para reproducirlo aquí.

 

Sin oportunidades, siempre queda la religión

Los sistemas educativos árabes son responsables de buena parte de los problemas que afectan a los jóvenes. A pesar de su éxito para reducir el número de analfabetos, la mayoría de los sistemas educativos públicos árabes se basan en la obediencia y la subyugación, emplean métodos obsoletos centrados en la repetición y en memorizar las lecciones, evitan el diálogo abierto y el aprendizaje creativo y desincentivan el pensamiento crítico e independiente. Además, los medios de comunicación estatales refuerzan valores aprendidos en la escuela como la subordinación y actitudes como la autocensura. De este modo, la capacidad de los jóvenes de convertirse en una fuerza de oposición y transformación queda profundamente mermada.

A lo anterior hay que sumar que los sistemas educativos de los países árabes son incapaces de proporcionar la formación que necesita la gente joven para acceder a los puestos de trabajo en economías modernas y en rápida transformación. Tampoco las economías árabes ofrecen el número suficiente de empleos bien pagados que las haga capaces de absorber tanto a los desempleados ya existentes como a los grandes números de jóvenes que entran sin cesar en el mercado laboral. Algunos sistemas educativos árabes fueron diseñados para producir funcionarios estatales. Durante décadas, los licenciados contaban con obtener un empleo público en unas burocracias sobredimensionadas o en los distintos cuerpos de seguridad. La mayoría de los países ya no se lo puede permitir. Los mecanismos por los que los Estados árabes podían ofrecer cierta movilidad social a sus jóvenes mediante el empleo público están siendo desmantelados. Al mismo tiempo, muchos de esos jóvenes no tienen acceso a los empleos que ofrece el sector privado debido a su pobre formación académica y profesional. No es extraño que a un recién licenciado le cueste años encontrar su primer empleo, y que éste llegue a través de un enchufe. En eso también contribuye que el entorno social ejerce una presión para que el joven no acepte trabajos considerados inferiores o por debajo de sus aptitudes o titulación. De hacerlo, podría ser visto como un duro golpe al honor de la familia. Al facilitar el acceso a la educación, los Estados árabes elevaron las expectativas de las generaciones más jóvenes, pero sin ofrecer salidas profesionales satisfactorias al creciente número de recién llegados al mercado laboral.

Por otra parte, el auge de la religiosidad entre los jóvenes árabes –y, en general, entre toda la población– durante las últimas décadas no se puede entender sin tener en cuenta el papel desempeñado por los Gobiernos y los dirigentes árabes en el fomento de dicha religiosidad. Acusados de corrupción e ineptitud, éstos no dudaron en presentarse ante sus sociedades como los guardianes de los valores islámicos, y se lanzaron a construir mezquitas, aumentar los contenidos religiosos en los libros de texto y llenar los medios de comunicación públicos de predicadores y lecciones de religión.

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