La globalización ha llegado al balompié, un deporte al que afecta también la fuga de cerebros, el éxodo de migrantes cualificados que tienen la cabeza en los pies y los sueldos por las nubes. Los clubs punteros se hacen diversos con jugadores procedentes de cualquier parte del mundo que abigarran la paleta étnica de su plantilla.Pero los "cracks" hay que pagarlos, con presupuestos disparados que, a veces, endeudan a los equipos hasta límites inverosímiles , una práctica que en época de crisis resulta, cuando menos, indecorosa.
Contra la internacionalización del fútbol no se puede luchar, pero sí es posible modular su impacto. La política del Barcelona con su modelo de entrenador de la casa y canteranos para la formación básica es un buen ejemplo a seguir. No sólo por el valor que para el esfuerzo colectivo supone la vinculación a lo propio, sino porque además ha dado excelentes resultados.
Yo casi me atrevería a proponer para el fútbol lo que rige en otros deportes, como en el baloncesto de la NBA o incluso en las carreras de coches: la limitación de lo que los equipos o las escuderías se pueden gastar (que no es poco) en jugadores o acondicionamiento de los vehículos.
La apuesta por la cantera, el buen rastreo, la intuición de la calidad subyacente en un jugador joven, no pueden ser substituidas por el talonario para pagar jugadores ya consagrados, más interesados por la publicidad que por los colores de una sociedad a la que sirven mercenariamente.
El equipo de mi alma, el Sporting de Gijón (¡Válgame Dios!) no corre ningún peligro de derroche. El otro de mis quereres, el Real Madrid, encaminado como está a la vuelta del Rey Midas, sí debería reflexionar sobre las buenas prácticas de sus rivales y tener en cuenta la máxima de que es más importante y más responsable gastar bien que gastar mucho.
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