No es raro que los títulos de las traducciones españolas de las películas americanas tengan poco que ver con el original, y despisten sobre su contenido al incauto espectador. Pero también hay grandes aciertos en que el título español da en el clavo. Por ejemplo, la famosa película de John Ford Centauros del Desierto (The Searchers en su versión original). Incluir a los centauros es un acierto total de quien lo decidiera (tal vez fuera para la novela en que se basa, no lo sé). Y no sólo por lo de los hombres montados a caballo. Sino porque refleja el papel de los centauros, definitorio de una frontera que ha obsesionado siempre al hombre: civilización / barbarie, el estado de naturaleza y el estado de cultura.
El personaje que se enfrenta a los indios (John Wayne) es un hombre fronterizo, casi tan salvaje como sus enemigos, que tiene poco encaje en la sociedad civilizada que se va consolidando tras la Guerra de Secesión. Solitario, asocial, no apto para la vida social “normal”, es el único sin embargo que puede adentrarse en el campo indio para luchar con ellos. Exactamente ese papel tenía el héroe griego que se enfrenta a los centauros, Heracles. Los centauros representan en Grecia el hombre en estado de naturaleza, sin civilizar, con toda la potencia del salvajismo: viven en las montañas, luchan con ramas y piedras, tratan de violentar a las mujeres, comen carne cruda, poseen la sabiduría natural (medicina, caza). Los hombres, en oposición a ellos, viven en montañas, luchan (y triunfan) con las armas de la técnica (flechas, lanzas), canalizan su instinto sexual en la institución del matrimonio, cuecen la carne.
La lucha de lápitas y centauros, que marcó la separación definitiva de los semi-hombres salvajes y los hombres civilizados, estaba esculpida en las metopas del Partenón de Atenas, como símbolo del triunfo de la civilización sobre la barbarie. Los atenienses, claro es, llevaban el agua a su molino e identificaban la Centauromaquia con su victoria frente a los persas. Lo mismo ha ocurrido hasta hace bien poco (por algo están las metopas aún en el British Museum). La visión occidental, hoy más o menos superada hoy, del bárbaro, del salvaje, bueno o malo, ha sido heredera de la concepción griega del bárbaro, como describió hace pocas décadas, con todas sus exageraciones, E. Said en su Orientalismos. Y el título español de la película de John Ford lo muestra. Por los centauros y por el desierto.
Porque si los centauros de Grecia vivían en las montañas, fuera de la polis, el espacio del “estado de naturaleza” en la mitología moderna americana es el desierto del lejano oeste, donde civilización y salvajismo se enfrentan en una frontera difusa, que las luchas mutuas tratan de definir con nitidez. El hombre del Far West, el cow-boy solitario y aventurero, se parece mucho a su oponente indio, como Heracles era un héroe muy “centáurico”, y sin embargo lucha con él para trazar una frontera definitiva entre ambos.
Hay mucho más que hablar de los centauros. Hay, por ejemplo, uno famoso, no agresivo, sino amigo y benefactor de los hombres, Quirón, el educador de Aquiles. Geoffrey Kirk tiene un estupendo capítulo sobre ellos en su libro sobre la naturaleza del mito. Pero aquí basta con un último recuerdo. No deja de ser curioso que el último centauro de la Antigüedad, ya en época cristiana, se le aparece al eremita Pablo, según cuenta San Jerónimo, en el desierto. Para los monjes cristianos, el desierto era el lugar de retirada de la civilización, de entrada en el mundo de la naturaleza. Y el centauro marca, una vez más, esa entrada en el nuevo territorio mítico con que limita la civilización.
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