Siempre he pensado que las humanidades son básicas en la educación superior. Y no porque considere que proporcionan lo que algunos denominan , quizás despectivamente,"cultura general", sino porque ofrecen algunos elementos formativos de primer orden.
El proceso de Bolonia ha vuelto a poner a las humanidades en el centro de una reflexión crítica que considera que estas materias quedan desatendidas y relegadas a la periferia de los estudios por su, presunta, desvinculación con los intereses prioritarios de las empresas y del mercado.
Es preciso reconocer que las humanidades ya no tienen el atractivo que ostentaban hace algunas décadas. Determinadas filologías u otras carreras han pasado de la condición de especies protegidas a la de especímenes en vías de extinción por falta de demanda.
Recuperar unas titulaciones con reducida solicitud interna va a ser difícil. Pero se podrían hacer otras cosas En primer término, fomentar la venida de estudiantes extranjeros a cursar, parcial o totalmente estos estudios en Facultades que han alcanzado en esta especialidad un elevado prestigio. En segundo lugar, fomentar la investigación mediante la creación de centros para los que contamos con buenos profesionales. Y por último, incorporar las humanidades a otros curricula académicos en virtud de sus indudables beneficios. La división entre grados orientados al mercado y otros a la formación intelectual es arbitraria. Las humanidades relegadas tradicionalmente a esta última función pueden contribuir decisivamente a la formación de profesionales por el carácter trasversal de sus contenidos, su amplia visión de conjunto, sus concepción multidisciplinar y su contribución al desarrollo de destrezas esenciales para la innovación y el emprendimiento, como la versatilidad, la polivalencia, la interrelación o la creatividad.
El diseño de los nuevos grados bolonios podría dar una nueva oportunidad a estos estudios tanto por su carácter formativo, como por su indudable contribución a la empleabilidad.
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