Uno, que estuvo perdido en los Holzwege heiggerianos durante un tiempo, hasta que Hume me despertó de mi sueño poético (Kant: “Hume me despertó de mi sueño dogmático”), sabe el problema que hay con los presocráticos. Son como el Reader’s Digest: hay una cita para casi todo y cada cita sirve para un sentido o su contrario (una cita del tipo de Reader’s Digest: “Frank. J. Hereford dijo Un hombre vale lo que vale su chispa“). Por eso necesitamos gente como los Kirk y Raven o los Miguel Herrero, tipos que saben leer con competencia un texto de 2.500 años de antigüedad y, vale, no te dicen como interpretarlo, pero sí como NO interpretarlo. Es una pena que Heidegger -una mente preclara- le diera por ser tan creativo con las interpretaciones: algunas son geniales, otras un galimatías imperdonable. En la tradición analítica anglosajona a Heidegger todavía se le ve como un vendedor de crecepelo del viejo oeste, más que como alguien que plantea y analiza problemas reales. Todavía quedaban -a principios de los 90- en el Reino Unido profesores que utilizaban el sustantivo “Heidelberg” (la universidad) como sinónimo de “Dios santo, qué verborrea sin sentido”.
Y esto viene a cuento de Anaximandro. Creo que la sentencia de Anaximandro es mucho mas sencilla de interpretar que la frase ininteligible de Heidegger. Repito la sentencia:
“Las cosas perecen en lo mismo que les dio el ser, según la necesidad. Y es que se dan mutuamente justa retribución por la injusticia, según la disposición del tiempo”
Es fundamental lo que nos cuenta Miguel: Anaximandro era cartógrafo. Los cartógrafos son expertos en lindes, límites, en la regulación del espacio en blanco mediante líneas que representan diferencias. Para ellos el mundo está lleno de límites, hendiduras, diferencias, formas. Es lógico que si me planteo cuál es el origen del mundo y qué es aquello que lo sostiene y gobierna, me plantee que sea justo aquello que antecede a lo que es el mundo, o sea lo que no tiene límites: to apeiron -que es el principio de todas las cosas para Anaximandro.
La interpretación de Seaford a la que alude Miguel creo que es genial. El dinero es una de las referencias que tenemos más cercanas para ver como actúa la realidad, es una maqueta perfecta de la realidad: está por todas partes, todo el mundo quiere tenerlo (la gente no quiere dejar de ser o ser menos, de la misma manera que no quiere dejar de tener o tener menos), allí donde está las cosas son más, más amplias, más grandes, ocupan más realidad y más espacio, son mas relevantes, ¡caspita!: SON más. El dinero, como la realidad, no lo puedes tener del todo, es difícilmente asible del todo. El dinero cuando lo compartes es como la realidad compartida, pierdes cosas pero ganas amigos. El dinero cruza las culturas, abre la puerta de las ciudades, se escapa a la regulación, el control, los límites.
Tan buena maqueta de la realidad es el dinero que es un buen sustituto. Las monedas y las palabras son unos sustitutos magníficos de la realidad. De hecho los usamos como sustituto de las cosas: las palabras están por las cosas, me sirven para trasladar una cosa de un sitio a otro (cuando cuento algo, cuando elaboro un concepto). Las palabras son signos de las cosas. Las monedas también lo son. Las monedas son signos de cosas, relatan su equivalencia, son connumerables con los bienes y los productos. Las monedas y las cosas nos sirven para llevar realidad de un sitio a otro (vid mi post en Sapiens Tribune: Pericia, dinero y buen humor. Sea Vd. más liberal y menos ilustrado, amigo). Por eso no es extraño que un filósofo se fije en las monedas, el dinero, para elaborar su teoría de la realidad -hay gente que dice que incluso el hilemorfismo aristotélico también estuvo basado en esto, que la teoría de la composición de las cosas como materia con una forma tiene que ver con el prestigio en la época de la acuñación de la moneda, ya que cuando acuño una moneda le imprimo a una materia una forma que le da un significado distinto, la introduce en una realidad nueva.
Pero esto tiene que ver con el tema de la justicia en Anaximandro. Justicia es adaptar la realidad a una regla, reddere suum cuique, dar a cada uno lo suyo, lo que le corresponde según las reglas del juego. Cuando Anaximandro dice: “las cosas se dan mutuamente justa retribución por la injusticia”, viene a decir, nada que se salga de su límite, de las reglas que tiene que cumplir, de los límites que originalmente tienen en el mapa, permanece mucho tiempo así. El mundo no soporta demasiada irrealidad, cosas fuera de sí, fuera de los límites, fuera de las lindes que les corresponden.
Y “…según la disposición del tiempo”: es cuestión de tiempo que la realidad se adapte, y todo vuelva a su disposición inicial -el movimiento pendular del que habla Miguel. El tiempo tiene la condición de inexorable, de necesario, de ahí que todo vuelva a reintegrase en la unidad primitiva el apeiron: “las cosas perecen en lo mismo que les dio el ser, según la necesidad”. Las cosas se desarrollan, llegan al límite, al límite de sus posibilidades, de sus posibilidades de ser cuando crecen y entonces desaparecen. Los límites se expanden y la regulación -la justicia- del tiempo hacen que las cosas una vez que llegan a sus límites dejen ya de ser.
La realidad crece y se acumula tal como el dinero crece y se acumula, pero ni el dinero ni la realidad aguantan mucho tiempo dentro de sus límites, de una forma. Enseguida rebasan la frontera y se ponen en circulación, pero entonces dejan de ser lo que eran, terminan convirtiéndose en otra cosa, desaparecen en su forma original y reaparecen bajo otra, nada mantiene su identidad, nada permanece.
La imagen del mundo de Anaximandro es terrible. Es la pintura de un universo completamente finito, donde cuando ya eres del todo, cuando llegas a tus límites no te queda más que desaparecer. Y todo esto repetido una y otra vez en un ciclo pendular. Nada puede salirse del mapa, nada puede sostenerse más allá de sus lindes, cuando todo se desarrolla, ya no queda más camino. No es extraño que le entusiasmara a Nietzsche: una afirmación trágica de lo finito, de lo que rebasa los límites, de lo que no trasciende, de lo que no va más allá, allende la frontera, porque hacerlo es desaparecer, sumergirse en el apeiron. El origen nunca te conserva la individualidad, no te quiere, no quiere tu forma, tu unidad diferenciada, repara la injusticia que supone que tu fueras -fueras diferente, un individuo- borrándote del mapa.
Anaximandro es importante. Anaximandro fue retratado por Rafael (esquina inferior izquierda de La Escuela de Atenas, aunque es una figura que también puede ser Empédocles) mucho antes que a Kirk y Raven les diera por comentarlo. Y Anaximandro estuvo comentado por Heidegger, porque, sospecho, su visión del Origen –con mayúscula- y del tiempo que este inicia, era más parecida a la de Anaximandro y Nietzsche que a la de Rafael, porque el Origen en Anaximandro y Nietzsche, en Heidegger, no quiere a nadie, no ama, no le gusta conservar la forma de las cosas.
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