Por esos azares de la vida, ayer me ha salió al paso dos veces el nombre de Anaximandro, que se hace notar más como nombre que, pongo por caso, Pepe. Así que hagamos caso a las señales del destino y dediquémosle hoy el blog. Hace unos meses recordarán algunos que aquí se discutió vivamente sobre Tales de Mileto, unos años mayor. Su paisano Anaximandro heredó su saber práctico y su curiosidad especulativa, y se convirtió en una figura decisiva en el pensamiento occidental. No es casual que los grandes espíritus surjan en un mismo ambiente. El Mileto de la época (principios del VI a. C.), ciudad comercial, abierta al mar, en la intersección de Grecia y Oriente, se prestaba a ser cuna de genios como cualquiera de las universidades punteras de hoy.
Si Tales había dicho que el principio (arché) de todo era el agua (y no el dios Océano), Anaximandro fue más allá en su proceso de abstracción y desmitologización, y dijo (o mejor dicho, dejó escrito, que ya era en sí una gran novedad) que el principio era “lo indeterminado” (to apeiron). De este apeiron surgen los elementos de la materia. ¿No está mal, eh? Aún dice que el apeiron es inmortal, y que no envejece, que son típicos atributos de los dioses. Pero el paso hacia el pensamiento abstracto es de gigante. Todo ello viene detallado, por supuesto, en el Kirk y Raven.
Pero como ya veo a Julián arqueando las cejas, recordaré también que este gran avance teórico viene en gran parte de su aplicación del saber práctico. Sabemos que era cosmógrafo y naturalista, que dibujó el primer mapa del mundo y produjo el primer sistema cosmológico de Grecia. Su idea del apeiron debió basarse en la inmensidad del mar que rodeaba su esquema de la tierra. Y recientemente Richard Seaford ha propuesto que también en la introducción contemporánea de un factor revolucionario: el dinero, que es impersonal, abstracto, fuente y motivación de todas las cosas, y en movimiento permanente (Money and the Early Greek Mind: Homer, Philosophy, Tragedy, Cambridge, 2004).
Como sólo tenemos un fragmento literal de Anaximandro, merece la pena citarlo aquí. Dice así:
“Las cosas perecen en lo mismo que les dio el ser, según la necesidad. Y es que se dan mutuamente justa retribución por la injusticia, según la disposición del tiempo”.
Se refiere el milesio a la sucesión pendular de elementos: que lo húmedo se compensa con lo cálido, lo caliente con lo frío, etc. Pero para describir este proceso natural y cósmico usa un vocabulario (justicia, retribución) que viene del entorno humano. El funcionamiento del cosmos se describe en términos morales (¿o tal vez es que se pensaba que la sociedad también funcionaba “mecánicamente” y la justicia no tenía las connotaciones morales que adquirió después?). Por eso dice Teofrasto, que transmite el fragmento, que Anaximandro “habla en términos más propios de la poesía”. Este lenguaje hizo a Anaximandro obsoleto para la filosofía posterior, cada vez más racional, lógica y científica. Pero fue con él con quien el camino hacia el logos dio su salto de gigante.
Y además nuestros tiempos han recuperado la forma de expresión poética para la filosofía. Heidegger la reivindica en un opúsculo incluido en Caminos de Bosque, que en su traducción española se llama como este post. Allí trata de traducir el fragmento de otro modo que Nietzsche y Diels. Probablemente su traducción es equivocada, pero el error del genio es muchas veces mejor que los aciertos del común. Con el texto de Heidegger acabamos. Dice así:
“Ahora intentaremos traducir la sentencia de Anaximandro:
… a lo largo del uso; en efecto, dejan que tenga lugar acuerdo y atención mutua (en la reparación) del des-acuerdo.
Ni podemos aportar una demostración científica de esta traducción, ni tampoco debemos simplemente creerla en razón de alguna autoridad. La demostración científica tiene un alcance demasiado limitado. La mera creencia no tiene lugar en el pensar. La traducción sólo se deja repensar pensando la sentencia. Pero el pensar es el hablar poético de la verdad del ser en el diálogo histórico de los que piensan”.
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