Sobre la existencia de Dios se ha discutido mucho en los últimos tres mil años. Por fin, ha llegado el momento en que les voy a desvelar la verdad, ahora mismo, en este blog. Atentos… No, es broma, que somos presuntuosos pero no tanto. Simplemente déjenme describir tres modos en que creyentes y ateos discuten sobre el tema.
Un primer modo es mediante argumentos racionales, históricos, teológicos, filosóficos. De Aristóteles a Kant hay una línea, después empieza otra que ya no pretende demostrar matemáticamente la existencia o inexistencia, sino postular, suponer, delimitar. Pero las premisas son las mismas: la deducción lógica, la experiencia comprobable y repetible, la refutación dialéctica de argumentos contrarios, etc. Este modo de discutir suele en los últimos siglos tomar forma de grueso libro en alemán, y si está en otra lengua, con muchas citas en alemán, y otras tantas en latín y en griego. Su ámbito preferente son las universidades. Aunque últimamente ha habido no pocos casos de salto a la tribuna pública, con interesantes resultados.
El segundo modo es el de los poetas: “El loco, el poeta y el amante / ven más que una fría razón”. Así dice el protagonista de Sueño de una noche de verano. La frase es ambigua: la intuición del poeta llega donde no llega la argumentación racional, pero está en boca de un personaje, Teseo, que pretende decir con ello que no cree en los “viejos mitos”. En las tragedias griegas, en las novelas de Dostoievski y Unamuno, en los poemas de los místicos, hay gritos desgarradores que niegan la existencia de lo divino, o proclaman su presencia abrasadora, con enorme fuerza y profundidad. De este ámbito poético participan, a su modo, otras artes como la pintura y la música. La intuición, la inspiración, la experiencia incomprobable e irrepetible, el valor ejemplar de una decisión personal e intransferible de aceptar o renunciar, son los argumentos. Los medios de la discusión son la metáfora, la imagen, la narración, el mito.
Y el tercer modo es el de los forofos: no se trata de convencer a nadie, sino de dar gusto a los propios y meter el dedo en el ojo al otro bando; de encontrar un slogan que blandir para acallar el slogan contrario. Muchas veces se toma una frase o un verso de los dos primeros modos y se le convierte en bandera futbolera. Cada época tiene sus métodos propios. En España, la coplilla ingeniosa y rimada era tradicional desde que se discutía el dogma de la Inmaculada; durante la II República se realizó una solemne votación en el Ateneo de Madrid que ganaron los creyentes por un voto, con gran alivio en las esferas divinas; después aparecieron los lemas de las camisetas, tipo “Nietzsche sí que ha muerto” (por cierto, Nietzsche, como Platón, es un interesantísimo caso de quien está a caballo entre el modo filosófico y el poético). Y ahora en España como en otros países la discusión forofa toma forma de anuncio publicitario: en grandes letras en un autobús, un producto (el ateísmo o Dios) para sentirse mejor.
No confundamos los tres modos de discusión. Los dos primeros mueven conciencias, crean arte, cambian la cultura. El tercero es como los hinchas exaltados del fútbol: hacen ruido, dan ambiente y colorido, molestan, no pocas veces causan estragos en peleas callejeras. Pero, al cabo, “fuése y no hubo nada”.
P. S. Olegario González de Cardedal publicó el domingo un gran artículo sobre cómo se debe hablar de Dios. Muy recomendable. Para leerlo, pinche aquí.
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