Los que todavía no hayan disfrutado de un Nacho Vegas en directo tienen la ocasión de dejarse caer el 31 de enero o el 4 febrero por el histórico teatro Eslava de Madrid, en plena calle del Arenal, puerta con puerta con la iglesia de San Ginés, donde fue bautizado Lope de Vega y se casó Quevedo, para asistir a la presentación de su último disco: “El manifiesto desastre”.
Nacho Vegas, ex miembro fundador de “Manta Ray”, -no confundir con el ínclito Nacho Vega, gloria saltarina de los ochenta- pertenece a esa línea eterna de poetas contaminados de rock que sigue trazando caminos, no nuevos ni viejos, sino clásicos, en la música de principios del Siglo XXI. Completamente dylaniano, coheniano, gainsbourgiano, su máximo acierto es no tratar de ocultar esa vena maldita, sino cultivarla como un jardín hasta la desmesura.
Y como todo en el mundo encuentra su sitio, y los genios casi nunca pasan desapercibidos por duro que nos lo pongan, Vegas se está convirtiendo en un secreto a voces. En un fenómeno de adoración mediática. Las huellas de los fervorosos Vegasianos inundan la web y han llegado hasta Second life, donde ya se existe un Movimiento Internacional Vegasiano.
Sin embargo, pensaba hoy al escribir esta nota, quizás la aparición de Vegas no sea un fenómeno tan aleatorio como uno podría llegar a creer, sino que se inscribe dentro de un momento literario muy interesante que lleva ya una década forjándose, y que reúne a toda una generación de excelentes escritores asturianos con treinta y tantos años, y que no rehúyen el negro, sino que lo reivindican. Pienso en los muy “terribles”, entre otros, Jose Luis Piquero –poeta-, Chus Fernandez –novelista- , Diego Medrano –novelista- y, por supuesto, el ya consagrado Ricardo Menéndez Salmón –novelista-.
Continuará…
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