¿Cómo hacer que suene moderna una letra antigua? Hay temas fascinantes que, a la mínima que uno se deslice por el camino de la erudición excesiva, se despeña por el abismo del aburrimiento anticuario, y suena rancio, apolillado, apergaminado, polvoriento y telarañoso. Como ocurre en la música o en la literatura, ocurre en los blogs. Hacía tiempo que quería escribir sobre los etruscos, sobre los que el Caixa Forum de Madrid ofrece una exposición buenísima, “Príncipes etruscos. Entre Oriente y Occidente”. Pero no sabía cómo hacerlos sonar cool. Y el otro día oí un anacronismo provocador, de esos que chocan, y me animé a contarlo hoy aquí: los etruscos son los vascos de la Antigüedad.
Ahí queda eso. Para saber por qué, siga leyendo.
¿Vascos y etruscos? ¿Qué tienen que ver? No están documentadas cocochas, ni pil-pil, ni pelota, ni siquiera lehendakari. Pero el etrusco, como el euskera, es un enigma lingüístico similar en ambos casos. El vasco es una lengua no romance, ni siquiera indoeuropea, aislada en un panorama de lenguas romances, es decir, procedentes del latín (de las que, por supuesto, tiene múltiples elementos). El etrusco igual: en una Italia poblada de lenguas de la rama itálica (latín, falisco, osco-umbro, etc), el etrusco aparecía aislado y sin pariente conocido.
Al vasco se le han buscado múltiples parientes, a cuál más peregrino, sin resultados claros. Sigue aislada y misteriosa: será, como decía una tía mía, la lengua del Paraíso… En cambio, para el etrusco hay una opción seriamente considerable: que esté emparentado con las lenguas anatolias, la rama indoeuropea sita en la actual Turquía, que comprende el hitita, el lidio, el licio y el cario. La propuesta es de Francisco Rodríguez Adrados y se ha encontrado con detractores y defensores por igual. ¿Es indoeuropeo el etrusco? Hay argumentos lingüísticos en que no voy a entrar aquí, que ya veo que me amenaza el abismo del que antes hablé. Pero hay otros más resumibles que apoyan la idea: que ya Heródoto decía que los etruscos venían de Oriente; que los griegos llamaban “tirrenos” a los etruscos y también a un oscuro pueblo minorasiático; que la leyenda de Eneas habla de esta migración desde Asia Menor a Italia; y que el arte etrusco tiene rasgos significativamente orientales. Dicen los expertos que hay buenas perspectivas de probarlo: si se excava la isla griega de Lemnos en profundidad, el lemnio ofrecerá el eslabón perdido entre oriente y occidente. Un reto pendiente para los que gustan de descifrar lenguas muertas y bucear en las profundidades de la arqueología.
Y además, aunque la historia de Roma transmitida por Livio nos presente sus orígenes como una lucha constante con los etruscos, y la república como liberación del yugo de la dinastía etrusca de los Tarquinios, lo cierto es que en los orígenes de Roma este pueblo aparece por doquier, como un factor clave de civilización y poderío. Roma fue lo que fue gracias a los etruscos. Otra cosa son las refecciones posteriores de la historia, en aras de los intereses políticos de turno. Y cuando se observa la imbricación profunda de los vascos en la Castilla naciente de la reconquista (no pocos rasgos del castellano se explican como un latín hablado por vascos), y la historia de separación radical y permanente opresión que algunos nos quieren contar, se da uno cuenta de que hay muchas otras similitudes entre la historia, o la recontrahistoria, de ayer y de hoy.
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