Sigo la estela de Julián y continúo con nuestro viejo amigo Tales y sus aceitunas. Hay quien dice que el autor del gran negocio de hacerse con el monopolio de la cosecha de olivas fue otro filósofo, Demócrito, y que por su conocimiento de los astros no previó gran cantidad sino escasez y calidad del aceite (Plinio). En cualquier caso, muy probablemente la anécdota es inventada para ambos. No hay cosa que más le guste a un griego antiguo que mostrar los beneficios prácticos de la filosofía con ejemplos como éste. El origen del chisme apócrifo es probablemente que Tales, por su interés en la ciencia oriental, fue el primer griego en predecir un eclipse con exactitud. Y como los antiguos héroes que cantaba Homero en la misma época, con ello consiguió gloria inmortal. Esa y no otra fue la utilidad inmediata del mayor descubrimiento científico de la época.
Será más o menos útil y práctica a la corta, pero la especulación teórica, la investigación pura, el interés por conocer la verdad más profunda de lo que sucede y existe, es a la larga no sólo útil, sino el único motor del progreso humano. Seguramente Tales formuló su idea de que el agua es el principio en un tono aún oracular y arcaico, algo así como “en el principio fue el agua”. Pero es ya un avance inmenso respecto a la idea previa, que se encuentra en Homero: “la corriente del río Océano, génesis de todas las cosas” (Ilíada, 14.244). Un elemento abstracto e impersonal, el agua, en vez de una figura mítica, el río Océano. Aún estamos muy lejos del H2O. Pero en la frase de Tales, por oscura y primitiva que fuera, se comprende ya toda la evolución posterior de la ciencia. Por eso se le llama con justicia el primero de los filósofos. La palabra “filosofía” ni siquiera existía aún, pero sus principios ya estaban sentados para siempre.
Tal vez algunos quieran ver una decadencia poética, en la línea de avance científico Océano – el agua – H2O. Pero se engañarían. Ni siquiera es necesario acudir a la estética de la ciencia para consolarnos. La poesía permanece incólume mientras la ciencia avanza, y el verso de Homero retumba tanto hoy como entonces. Dos siglos después, cuando ya el principio de Tales había pasado a fórmulas mucho más refinadas y abstractas, y nadie pensaba ya en el agua como el principio universal, Píndaro empezaba así su oda más majestuosa, la Olímpica I: “el agua es lo mejor”. Ariston men hydor. ¿Suena viejo y caduco este verso, 25 siglos después? No.
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