Acaba de decirlo EUROSTAT: Europa va a tener más viejos cada vez más viejos. La última proyección con origen en 2008 y final en el 2060 ofrece datos demoledores. Los 27 países de la Unión Europea van a pasar de tener 84 millones de personas con 65 y más años a reunir 151 millones. Y de censar 22 millones de octogenarios a concentrar más de 61 millones.
Eso quiere decir, en cifras relativas que, superada la primera mitad del siglo, los mayores de 65 supondrán un tercio del total de habitantes y los de 80 años y más un 12 por ciento. Paralelamente tendrá lugar una disminución del número de jóvenes hasta tal punto que en el 2060 habrá ya dos mayores por cada menor de 15 años.
Quizás porque consideramos demasiado lejano el horizonte, no nos damos cuenta suficientemente del alcance de estas cifras que no son valores inmutables, pero sí referencias bastante seguras en torno a los cuales girará la realidad estadística.
He dicho otras veces que el hecho de que la población envejezca no es una mala noticia. Pero eso no evita que sea necesario ir poniéndole remedio a las consecuencias que el envejecimiento va a provocar. Particularmente en el caso de España la tasa general de envejecimiento (32,3% en 2060) va a ser semejante a la de Alemania o Italia, pero tendremos el porcentaje de octogenarios (14,4%) más alto de la Unión. En consecuencia, no sólo acumularemos más pensionistas, sino más personas cobrando “el retiro” durante más años en una situación de dependencia en la que habrá sólo dos trabajadores por cada jubilado.
Por esas fechas la población española estará en retroceso después de haber crecido hasta la década de los 30. Las muertes superarán a los nacimientos y ni siquiera la inmigración permitirá aumentar los efectivos. Habrá países europeos en peor situación que nosotros, pero eso no debería ser un consuelo. Aunque con valores algo diferentes compartiremos un modelo demográficos bastantes convergente definido por un binomio explosivo de reducida natalidad y fuerte envejecimiento.
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