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Sobre El Incidente de Shyamalan II

Written on July 17, 2008 by Julián Montaño in Arts & Cultures & Societies

Incidente_2Julián Montaño

Pero volvamos al mal, que es mucho más divertido que la historia (su historia). Decíamos: el mal es terrible cuando se presenta sin su Principio. Y tenemos una tendencia a descubrir el Principio, a remontarnos a él. Por eso cuando el mal todavía no se ha presentado como terrible, simplemente en su fase de inquietante, de siniestro, cuando sólo asoma, queremos ir al Otro Lado. Sabemos que la explicación, el Principio, está en el otro lado, en un lugar, una cara trascendente, más allá de la frontera. Al otro lado de la puerta, en el pasado de ese inquietante profesor (Moriarty), en el cuadro del museo (Vértigo, de Hitchcock) o la historia del propio cuadro (Poe, El Retrato Oval). A veces cuando se nos revela lo que está al otro lado de la frontera los fantasmas se desvanecen. El cine juega mucho con esto y en Los Otros (Amenabar) o El Bosque (Shyamalan) a nosotros se nos revela toda la perspectiva del Otro Lado al final de la película, exorcizando completamente el mal. Trascender al más allá tiene el premio de conjurar aquello que es inquietante, de hacer que deje de invadir lo familiar. ¿Y qué pasa si no hay explicación? Si el mal que se anuncia, que amenaza es un mal sordo, inevitable e inexplicable. Que pasa si Londres está siendo invadida por una presencia maligna, preludio de algo más grande y terrible y uno no puede remontarse a Transilvania (el lado de más allá de la frontera) con el Dr. Van Helsing. Esto lo investigó Hitchcock en Los Pájaros. Nadie sabe por qué pasa ni por qué sucede. Simplemente pasa algo terrible. ¿Hay una culpa? (la protagonista quizás, que como pájaro de mal agüero lleva consigo el mal, pero no se indica con exactitud) ¿hay un fenómeno natural explicable? No sabemos. Simplemente el mal asola el mundo habitable.

En El Incidente de Shyamalan pasa algo parecido. Un mal, una tendencia suicida está aniquilando el mundo habitado. Y no hay explicación. Simplemente pasa, no indica un lado donde debamos buscar, un hilo del que podamos tirar. El problema es que hay una diferencia entre lo que pasa en Los Pájaros y lo que pasa en El Incidente. En Los Pájaros hay un maravilloso análisis psicológico de los personajes, de su reacción ante el mal. El Incidente es bastante plano a ese respecto. Aunque no está muy logrado el análisis psicológico, si lo está el moral. La presencia del mal lleva a la unión y a la cooperación, pero tampoco Shyamalan profundiza mucho en eso. Lo que llama la atención es que toda esa misteriosa tragedia es eso, un incidente, algo que pasa y dejó de pasar, una trágica pausa en el discurrir cotidiano. Eso es lo siniestro: la levedad, la ligereza de lo acontecido. Un incidente, aquello fue un evento, algo que pasó. Por eso es tan inquietante el final y tan aterrador el título de la película: algo que pasa, un mero pero terrible suceso que vuelve a pasar, a insistir en la historia (la Historia).

La repetición también es algo siniestro, la repetición de lo igual vuelve aquello que en un principio es casual y sin importancia en algo siniestro. Pensemos en lo que escribe Jack Torrance (Jack Nicholson) con su máquina en El Resplandor: la misma frase, pensemos en la repetición de "Nevermore" en el poema de Poe The Raven, o en los finales de las películas de serie B donde el muñeco diabólico, en la última escena, justo antes de los créditos finales, destrozado por el protagonista sigue moviendo el brazo. Pero la repetición en El Incidente, es una repetición leve, aún más siniestra si cabe. No es lo ominoso (omen: signo de los dioses) un signáculo del otro lado que interviene en la historia. Es un azar que se repite, algo más inexplicable y por lo tanto más irracional y más inquietante. Es algo aciago (dies aegyptiacus), un día fatal que se repite. Es algo funesto (funestus), una mancha de muerte en el discurso del tiempo que no se borra. Es algo fatídico (fatidicus), algo que anuncia una y otra vez un destino pesaroso.

El Incidente tiene un resabio pagano, una cadencia profana, acerca de lo que es mal, frente a, por ejemplo, Los Pájaros de Hitchcock, que atacan siempre a los ojos (acordémonos del plano en el que se rompen las gafas, el del cadáver con los ojos picoteados) como signo del castigo por una culpa, como si el mal tuviera un Principio y pudiera saberse y pudiera conjurarse. En Shyamalan no hay exorcismo. Simplemente el mal pasa, viene como un viento fatal, y se va como la Fortuna Mala (Tychê) caprichosa. Y deja el análisis psicológico y moral, en parte profundo, que había iniciado con Señales, donde investigaba el tema de la Providencia, de cómo aquellas cosas que ocurren tienen su Némesis, su justicia, su explicación y el mal está previsto tanto como su redención, tan sólo hay que estar atento a las señales, los indicios que nos muestran cómo.

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