Soplan malos vientos para la inmigración. Algunos tan malos que llevan a las pateras a la zozobra y a la muerte.
La crisis está siendo implacable para casi todos, pero especialmente para los inmigrantes y el gobierno da una vuelta de tuerca más a su política inmigratoria.
El objetivo prioritario es controlar los flujos y reducir los stocks. Se pretende que lleguen menos inmigrantes "legales" y que no vengan los "ilegales". Las medidas concretas para ese objetivo son conocidas: mayor control de las fronteras, acuerdos para la contratación en origen y devoluciones pactadas a las zonas de procedencia. Alguien decía que el macabro espectáculo de las pateras frente a las costas de Almería y la Gomera debía exhibirse en los lugares de procedencia para desalentar el éxodo de los sin papeles. Y el Presidente del Gobierno insiste en la ayuda al desarrollo como el mejor antídoto para la inmigración ilegal. Es preciso luchar contra ella, aunque no estoy seguro que esas y otras medidas logren erradicarla.
La política pretende también reducir otras llegadas y alentar las salidas. La reagrupación familiar se va a reducir a la familia nuclear y el retorno a favorecer mediante el pago completo del subsidio del desempleo a quienes decidan volver a casa. En compensación a esas soluciones reductoras, se reformulan las políticas de integración con más derechos a los inmigrantes, entre los que se va haciendo hueco el voto en las municipales.
Como siempre, las crisis económicas afectan a los más débiles y los inmigrantes lo son. Seguramente el entornar la puerta de las entradas y abrir de par en par la de salida, son propuestas necesarias, pero coyunturales. No deberíamos olvidar que superada la actual perturbación, el abastecimiento por la base de nuestro mercado laboral va a exigir más inmigración. Tenemos el respiro de unos años para establecer de forma consensuada las políticas reguladoras que necesitamos y planificar mejor el futuro de la inmigración.
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