(Como publicado en Ideas Empresiales)
Icono de la figuración narrativa y del pop-art, Eduardo Arroyo es también mecenas de encuentros musicales en los que aparecen, entre otras figuras, la pianista Torres-
Pardo o el tenor Enrique Viana. Como hombre poliédrico y casi renacentista que es, lleva desde los años Sesenta haciendo escenografías por toda Europa.
Este madrileño, cosecha de 1937, icono de la figuración narrativa y del pop-art, es también mecenas de encuentros musicales en los que aparecen, entre otras figuras, la pianista Torres-Pardo, la soprano Celia Alcedo, el barítono Isidro Anaya o el tenor Enrique Viana. Como consumado ilustrador, ha enriquecido con su peculiar potencia visual el "Ulises" de Joyce y La Biblia, ambas obras editadas por Galaxia Gutenberg. Como hombre poliédrico y casi renacentista que es, lleva desde los años Sesenta haciendo escenografías por toda Europa. Pero ante todo, Arroyo es un crítico insumiso, un irreverente contumaz, una suerte de artista total, irónico e iconoclasta.
Usted es un artista polifacético. Es pintor, escultor, ceramista, grabador, decorador de escenografías e, incluso, mecenas de encuentros musicales. ¿En cuál de estas facetas se expresa más a gusto?
Me resulta difícil responder porque mezclo muchas cosas, incluso de las que no sé, que es la mejor forma de aprender, pero, fundamentalmente, yo soy pintor. El epitafio de mi losa tendría que decir "pintor". Pero soy un pintor que escribe, que hace teatro, grabados –me meto mucho en la imprenta–, pero en realidad mi relación con esa diversidad es a través de mis cuadros, es decir, soy un pintor que efectivamente hace muchas cosas.
A lo largo de su trayectoria artística dentro de la denominada figuración pop-art, ha alternado períodos bastante críticos con otros más humorísticos e irónicos, ¿en qué momento se encuentra ahora?
Vamos a ver. Los avatares que yo he vivido, tanto personales como políticos, han condicionado mucho mi obra, como a cualquier otro artista. Está claro que se ha modificado mucho el entorno, el terreno, la sociedad en la que vivo… Entonces esa confrontación ha producido cuadros de diferente tono. Hay una primera parte que llamo de alejamiento, ya que entonces vivía en Francia, en la que producía obras muy ligadas al contexto político de aquella época de mi juventud. Cuando regresé a España una vez, digamos, normalizada la situación, resulta obvio que produje otro tipo de obra. Ahora me encuentro en un momento más difícil de explicar, más difícil de ver también porque es más críptico, más misterioso, más íntimo, menos explícito, menos abierto. Pero, en definitiva, yo soy "un producto bastante español", a pesar de ser trilingüe por todo el tiempo que he vivido en Francia e Italia, y me considero una persona que vive el dualismo entre el drama y la comedia, o la tragicomedia. Por eso quizá haya desde siempre en mí como una mirada desencantada, mezcla de reír y de llorar.
¿Cree que todavía hay tiempo para el humor?
El humor por sí solo no tiene sentido, si no va acompañado de la tragedia. Humor sin más es hacer chistes, cosa que a mi no me interesa mucho, me río, sí, pero ya está. Cuando se dice algo muy enfático, trascendental, retórico, inmediatamente tiene que ser corregido con una carcajada, y viceversa, la carcajada ha de venir acompañada por un tono grave.
¿Cuál es la receta para que su arte guste tanto a jóvenes como a mayores, a todas las generaciones?
Para empezar, no sé si realmente gusta, y luego es una cuestión que nunca me he planteado. Es muy amable lo que me dice, ¡ojalá fuera así! Pero nunca lo he podido cotejar o verificar. Creo que, en un cierto sentido, estoy tan solo como toda la gente que practica actividades solitarias, y no me doy cuenta de lo que está ocurriendo. Yo trabajo, mantengo una relación muy intensa con cada cuadro mientras lo estoy pintando y luego, pues nos separamos cuando ha caído totalmente el interés porque el cuadro, como un ser vivo que es, se va por su cuenta. Aunque parezca una metáfora fácil, estoy convencido de que el cuadro vive y habla, por eso la relación es muy intensa, casi violenta, pero fugaz. Y además yo no vivo por o con mis cuadros, por eso están de cara a la pared; en mis casas no hay un solo cuadro mío. Vivo muy bien con cuadros de los demás, me produce satisfacción, pero convivir con los míos sería un suplicio.
En 1967 el director de escena alemán Klaus Michael Grüber le pidió que realizase el decorado de la obra "Off limits", de Arthur Adamov, para el Piccolo Teatro de Milán. Desde entonces usted ha intervenido en más de una veintena de trabajos para el teatro y la ópera en escenarios europeos, ¿qué es lo que más le provoca de esta actividad teatral?
Entré en este asunto como entré en la pintura: de una forma totalmente fortuita, porque el teatro no ha sido nunca un territorio apacible para mí, es un mundo que no frecuento y que, por tanto, desconozco; tampoco soy espectador de ópera, pero, sin embargo, he mantenido una relación extraña porque mi padre murió en el Teatro de la Zarzuela a consecuencia de una caída cuando yo tenía seis años, por eso el teatro siempre me ha producido cierto reparo. El encuentro, también fortuito, con Grüber cuando los dos vivíamos en Milán a mediados de los Sesenta, fue durante una exposición mía y él tuvo la intuición de que yo podía hacer teatro. Y, muy arropado por él, decidí lanzarme y se estableció una relación que todavía hoy perdura, porque he aprendido mucho y, básicamente, me interesa la relación con él. Me sigo considerando un amateur, un tipo que está ahí gracias a Grüber, mediante una comunicación muy viva y de gran complicidad, ya que es el último gran director dentro de la tradición alemana. Ahora, en este mes de abril, estamos representando en la Ópera de Zurich el "Boris Godunov", incluyendo el Acto polaco, que rara vez se hace porque resulta muy gravoso económicamente. Es una gran satisfacción. Y por cierto, siempre me llama él, yo nunca decido, simplemente me apunto.
Hablando de realidades económicas, un genio creativo también tiene que ser un empresario para vender su propia obra, ¿cómo se conjugan ambas parcelas?
En cuanto a esto hay una cosa que no existe en mí, comprendo la pregunta, pero es que yo no vendo mi obra, la venden otros. Mi estudio es un ámbito totalmente secreto en el que no negocio nunca, me he liberado de esa servidumbre. Tengo cuatro marchantes que trabajan para mí en Francia, en Italia, en Barcelona y en Madrid, y son los únicos que tienen acceso a mi obra. Sí es cierto que el mundo del arte se ha modificado de tal manera desde que empecé con 22 años –ahora tengo 71–, que reconozco tener la sensación de dirigir una pequeña empresa. Del cuadro que yo pintaba en aquellos años vivían tres personas: yo, el marchante que lo vendía y el señor que me había vendido los colores. Hoy en día hay multitud, y el Estado, que se lleva el 50%. Ahora está el abogado, la contable, el responsable de archivo, los fotógrafos… Al final hay 10 personas ligadas directamente a mí que forman la empresa y sin las cuales no podría trabajar. Es un hecho ineluctable… Hace falta alguien que me asesore fiscalmente, alguien que traduzca mis textos, alguien que coordine la agenda…
¿Cuánto cree que puede hacer el marketing por la obra de un artista?
Yo estoy chapado a la antigua y pienso que el artista está hecho únicamente por sus pares, no por el marketing, que no sé muy bien qué quiere decir, ni por la crítica. Los que te hacen lo que eres son como tú, tus iguales, tanto si te hunden como si te ensalzan, es una especie de extravagante justicia y buena fe. Puedes ser enemigo de alguien, pero no puedes negar un cuadro. Por otro lado, la crítica en este país es bastante amable, y cuando no, utiliza la ley del silencio, que es la peor de las críticas, es el desprecio absoluto. Lo mejor es ser pintor desde por la mañana hasta por la noche, todo el día en el taller.
¿Cree que hoy el arte se está prostituyendo en tanto en cuanto hay gente que adquiere cuadros como si comprara acciones en la Bolsa?
Eso ha ocurrido siempre. No me sorprende en absoluto, ya que el arte desde tiempos inmemoriales ha estado ligado al dinero, por tanto no me escandaliza. Hay gente que compra por verdadera pasión, otra por especular o por su status quo, otra simplemente para decorar unas paredes. Cuando termino un cuadro y ha salido del estudio yo no sé dónde puede terminar, y eso sí me parece interesante. Pero lo que me molesta es el doble mercado que existe hoy, en el que hay una serie de artistas que trabaja únicamente para el Estado, con lo que el arte se convierte en una sovietización, cosa que detesto. Cuando un cuadro mío retorna a mí porque a nadie le ha interesado, yo me lo quedo y lo dejo ahí, contra la pared, castigado. Ni me obsesiono por "colocar" mi obra, ni soy fetichista respecto de ella.
¿Cómo está afectando el fenómeno de la globalización al mercado del arte?
Es patético, porque es al contrario. Me explico. Esa palabra, globalización, me hace mucha gracia, seguramente se puede aplicar a la materia prima, pero no a nosotros, que después de haber luchado tanto y tanto por ser artistas internacionales, terminamos siendo conocidos por la portera de la casa en que vivimos. He estado 40 años en Francia, 10 en Italia, he expuesto en el mundo entero y, sin embargo, la mayoría de mis cuadros vienen a morir a Madrid, porque es donde se venden. Otro ejemplo, toda la obra de Tàpies está en Barcelona después de haber sufrido una tensión y unos miedos terribles para hacer la gran campaña americana. Luego, globalización, no; provincianismo, sí, porque el arte lo vendes en tu pueblo. La globalización sólo existe para los que organizan ARCO y otras chorradas, y yo soy demasiado viejo para caer en esas tonterías.
Ya que ha mencionado ARCO, ¿las ferias son un instrumento para vender o son un simple escaparate social?
Prefiero hablar de por qué las ferias son interesantes, y no necesariamente de arte, sino de, por ejemplo, libros, libros viejos. Mi biblioteca es muy importante para mí, la mantengo activa, la cuido, la nutro de libros antiguos, usados, y por eso voy a ferias,porque me divierto y además es cómodo, dado que dispongo de poco tiempo. Es decir, creo que las ferias, en conjunto, están bien, pero es en ellas donde el arte se está, en el peor sentido del término, globalizando, porque todas se parecen y ofrecen el mismo tipo de arte, la misma relación de artistas que los museos… En España hay dos museos importantes que tienen una significación muy particular, que tienen unas coordenadas diferentes. Uno es el Museo de Bellas Artes de Bilbao y el otro el IVAM. El Reina Sofía todavía se está haciendo y creo que se convertirá en ese gran museo que todo el mundo desea. Pero el resto es todo igual, y así es la realidad, ya sea en Uppsala o en Pozuelo de Alarcón, por esto me atraen cada vez menos. Da lo mismo ir a Miami, a Basilea o a París, más que globalizarse, las ferias son clones, son la misma pequeña oveja. Y, sin ánimo de provocar, mantengo que lo mejor que hoy día puede hacer una galería de arte es desertar de las ferias, porque en este país se da un papanatismo internacional que, desgraciadamente, va a más. Una galería no puede perder su alma, sea ésta de la categoría que sea, porque perderla de esta manera faustiana de provincias es algo que no funciona en absoluto.
Queda claro que para usted, en esta España del siglo XXI, el provincianismo todavía existe, y con fuerza.
España ha sido un país de cutres con el bigote de la División Azul y ahora resulta que lo que no soporta es no ser moderno. Además, como la cultura ha llegado después que el dinero, cualquier zafio quiere ser moderno, y así nos va.
Pero entonces, ¿qué papel desempeña España en el mundo del arte internacional?
No desempeña ninguno. Cuando salí de España en 1958 con 21 años, en París vi el primer cuadro de arte contemporáneo, de arte moderno. No había visto nunca una escultura de Giacometti ni un cuadro de Picasso. Sólo a partir de los años de la Transición España comienza a asomarse al exterior, cometiendo errores pero con entusiasmo, no existían museos y se empiezan a corregir determinadas actitudes. Ahora soy optimista, sobre todo cuando veo grandes colas de gente ante los museos de arte contemporáneo que han proliferado por todas partes, pero es que nosotros nos hemos perdido la mitad de la película, y eso no se recupera, se nos ha pasado el arroz. Es cierto que se han hecho, y se están haciendo, muchas cosas, pero el peso de España en el concierto artístico internacional es casi anecdótico.
¿Qué pueden aportar el universo artístico y un mayor conocimiento del campo de las humanidades, en las que, por cierto, tanto incide la nueva universidad privada del IE, al panorama de la educación universitaria?
Creo que los consejos de administración de las grandes empresas tienen que estar trufados de poetas, de escritores y de artistas, al igual que los patronatos de arte están trufados de notables empresarios. Si esto se hace con seriedad se avanzará muy positivamente.
Con los vientos que ahora soplan augurando crisis en el sector financiero, ¿considera que el arte es un valor seguro, o también se vería afectado si hubiera una recesión?
Es curioso, siempre he oído hablar de crisis y he debido vivir como unas 10, porque si se analiza cualquiera de ellas nunca la obra de arte, en ninguna, ha estado despreciada, quizá se ralenticen las ventas pero tampoco se vende más barato, cosa que sí ocurre paradójicamente en épocas de bonanza. Quizá lo que salve al arte sea esa inclasificable aura de extravagancia que lo rodea.
Por cierto, ¿cómo considera que se encuentra en la actualidad el mercado español del arte en el ámbito internacional?
Si entendemos mercado como el conjunto de artistas españoles, yo pienso que está sobrevalorado. Y lo está por una sencilla razón: antes no había nada. Por ejemplo, ¿cuántos muebles interesantes ha producido España en el último siglo? Ninguno. Dominaba el color negro arrepentimiento y lo que se ve realmente moderno es todo importado, sobre todo de Italia, y, por supuesto, carísimo. Por eso ha triunfado Ikea en este país.
Por último, ¿qué desafíos cree que tiene que afrontar la empresa para conseguir dotarse de una mayor cultura, no empresarial, sino humanista, cultura con mayúsculas?
Yo soy bastante optimista. Creo que está mejor el comportamiento de la empresa española que el del estúpido empresario francés, al que conozco muy bien, que es arrogante, ignorante y no sabe absolutamente nada de cultura. Nosotros no es que sepamos mucho más, pero queremos saber, y ésta es la gran diferencia. Es posible que el nuevo empresario español arrastre un complejo de culpa y por eso es más humilde. En todo caso es una decisión personal, porque el arte es una elección que cuesta y que tiene que ser afrontada por cada individuo, porque hay que reconocer que tenemos una mala formación artística y, sin embargo, en este momento cualquiera es artista… Hay que ser precavidos ante el famoseo y la vanidad.
Comments